La intransigencia de la ministra Carolina Corcho para concertar una razonable reforma a la salud parece condenar al Gobierno del Cambio a una desgarradora fractura en el Legislativo, de cara a su agenda social en trámite incipiente. Distanciado de sus socios de la coalición oficialista: liberales, conservadores y los de La U, que se apartaron de la iniciativa debido a que sus consideraciones finalmente nunca fueron incluidas en el último borrador de la ponencia, el presidente Gustavo Petro solo depende de sí mismo para tratar de darle una nueva vida.

Rota la confianza con la ministra Corcho, que se ha enzarzado en agrias controversias con sectores políticos, sociales e incluso con sus colegas de salud, le corresponderá al jefe de Estado, si así lo desea, ejercer su innegable liderazgo para conciliar un proyecto posible que no traspase las líneas rojas fijadas por sus interlocutores. Estaban claras desde hace semanas: no acabar con las EPS, no añadir politización al sistema con la creación de fondos regionales y mantener el derecho de los ciudadanos a elegir con libertad su prestadora de servicios. Pese a haberse discutido al más alto nivel, con el mismo presidente como testigo de excepción, no se plasmaron luego en los documentos elaborados por los técnicos del Ministerio de Salud. ¿Por qué sería? Al final, el diálogo supuestamente constructivo no fructificó porque se tuvo en cuenta una única voz.

Se equivoca el Ejecutivo al pasar por alto las reglas del debate político que bien conocen el mandatario, su ministro del Interior y el presidente del Congreso. Meterse autogoles a esta altura del partido o lanzarse piedras a su propio tejado es contraproducente. Sobre todo porque las mayorías en el Legislativo se han empezado a resquebrajar con celeridad. De modo que si lo que buscan es darle oxígeno a una reforma de la salud viable, con base en lo construido hasta ahora en las mesas de concertación entre el Ejecutivo y sus aliados, tendrán que sumar en vez de restar respaldos. No es tan complicado de entender. ¿Con quién hacerlo, entonces? Pues, con quienes gobiernan, con sus socios de la clase política tradicional que son parte del oficialismo. Los mismos que votaron para aprobar la reforma tributaria. Aunque, sin duda, el método sí que importa en la gestión o manejo de asuntos tan cruciales. Y entre los ministros de Hacienda y de Salud existen abismos insalvables marcados por el pragmatismo económico y las posiciones ideologizadas que dan alas al populismo. Actuar con responsabilidad es la comprensible demanda de quienes confían en recibir servicios de salud de calidad, sin tener que dar un salto al vacío o hacia lo incierto. Pero sin consensos, difícilmente lo que se propone será realizable.

El hundimiento de la reforma política, en un lamentable episodio de dimes y diretes en el que el Pacto Histórico salió mal librado, confirmó la aparición de grietas cada vez más evidentes en la coalición de Gobierno. Al margen de esta primera derrota de la que nadie quiere responsabilizarse hay algo cierto: el tiempo se le está echando encima al Ejecutivo para hacer realidad sus transformaciones sociales, vía legislativa, y en pleno año electoral será cuestión de semanas para que las prioridades de los parlamentarios cambien por completo.

Recomponer las mayorías rotas debe ser prioridad si la apuesta, como se supone, es sacar adelante la batería de reformas atoradas en el Congreso, en algunos casos desde hace meses. En un sano ejercicio de equilibrio de poderes esa es la ruta más expedita. La otra es acudir a la vía de la presión en la calle, convocando a movilizaciones populares o a ‘balconazos’ para defender las reformas, condicionando su no aprobación a la ocurrencia de un estallido social. Cuidado. Este es un peligroso e irresponsable escenario que el Gobierno no debería contemplar ni mucho menos agitar. Ninguna temeridad de esta naturaleza asegurará la estabilidad que el país necesita.

Quienes acarician propuestas tan delirantes e incendiarias viven ensimismados por el ruido de sus propias batallas personales o por el coro de voces de sus áulicos, sin reparar cómo la vida transcurre fuera. Frente a la narrativa de incumplimientos por falta de respaldo o mayorías, las voces más sensatas insisten en el diálogo, con las ideas por delante para no incurrir en ligerezas.