El Editorial | No somos culpables
Mientras padres de familia estarán hoy con sus hijos recibiendo mimos, cariño y gratitud, médicos, intensivistas y enfermeros, entre otros profesionales de la salud, permanecerán anclados en las UCI jugándose sus vidas tratando de salvar las de otros.
Difícilmente un gremio sometido a más presiones, en este excepcional tiempo de pandemia, que el de los profesionales de la salud. Muchos de sus integrantes en Barranquilla y el Atlántico, que también son padres y abuelos, a propósito del día que hoy se conmemora, se preguntan con insistencia, especialmente desde que la crisis empezó a ir a peor, ¿cuándo acabará todo esto? Consternados por lo que está ocurriendo y les está afectando, se interpelan unos a otros durante sus largas y extenuantes jornadas de trabajo acerca de si serán capaces de aguantar este inesperado temporal que se ha desatado sobre ellos.
La tensión emocional que experimentan excede, de lejos, cualquier límite aceptable. Mantener el equilibrio y la mesura, en medio de la avalancha de tantos sucesos difícilmente controlables, es una verdadera proeza para estos hombres y mujeres, que confrontados con la muerte escenificada en el voraz virus, resultan tan frágiles como cualquiera de sus pacientes. 17 miembros del personal sanitario han muerto en el país, desde que comenzó la pandemia, y cerca de 1.600 han resultado contagiados. Su vulnerabilidad, al estar en la primera línea de la emergencia, es evidente. Mientras los demás retroceden, ellos avanzan sin titubeos.
El Colegio Médico de Bogotá, entre otras agremiaciones, en un sentido comunicado, mezcla de denuncia y lamento, reclama el cese de las agresiones y amenazas, atizadas en este momento complejo. Los trabajadores de la salud, a los que nadie preparó para la arrolladora realidad con la que lidian a diario, se declaran indignados y dolidos por la “estigmatización generada por el desconocimiento, la desinformación y las falsas noticias que, junto al cansancio, la frustración y la incertidumbre de la sociedad” los ha convertido en el blanco de todos los males que afrontan los ciudadanos, que se quejan de las deficiencias en prevención, atención y cuidado de su salud, lastres del sistema, con o sin pandemia, y que ahora son más evidentes. “No somos culpables”, exclaman, al saberse acosados, perseguidos y maltratados. Increíble que tengan que salir a defenderse de la intolerancia y falta de respeto que los agobian.
Mientras padres de familia estarán hoy con sus hijos recibiendo mimos y demostraciones de cariño y gratitud, médicos, intensivistas y enfermeros, entre muchos otros profesionales de la salud, permanecerán anclados en unidades de cuidados intensivos jugándose sus vidas tratando de salvar las de otros, muchos de los cuales han llegado en condiciones casi irreversibles por demorar la búsqueda de atención oportuna. En vez de palabras amables y generosas, buena parte de ellos recibirán insultos e incluso ataques de personas que, destrozadas por el dolor de la pérdida de sus seres queridos, no aceptan el sino trágico que acompaña al virus. Desafortunada incredulidad que hace desestimar la gravedad de lo que hoy se vive y conduce a una irresponsable negación, que suele desencadenar actos violentos.
El personal sanitario afronta un inesperado cambio en todos sus parámetros de referencia, generando una enorme incertidumbre sobre su quehacer, reflejo de la caótica evolución de la pandemia. Sentimientos de malestar, tristeza, dudas y sensación de descontrol ante la precariedad de elementos materiales, falta de recurso humano e impotencia frente a las posibilidades terapeúticas en casos puntuales de COVID-19 son parte del día a día de estos equipos, que necesitan ser cuidados para poder cuidar. Sus rostros cansados, su angustia al estar al borde del colapso de sus fuerzas físicas y psíquicas y su temor ante la reacción de tantas familias desconsoladas revelan el dramático momento que está viviendo Barranquilla y el Atlántico, donde ya están teniendo que tomar decisiones vitales de extrema complejidad.
EL HERALDO comparte hoy con sus lectores testimonios e historias de estos profesionales de la salud que hablan de su sufrimiento y preocupación al ser testigos de excepción de lo que pasa en clínicas y hospitales de la ciudad y el departamento por el incesante registro de enfermos. Un documento que vale la pena ser tenido en cuenta por quienes consideran que lo peor de la pandemia ya pasó y que no hay razones para seguir promoviendo el autocuidado y el cumplimiento de las medidas de prevención.
En esta crisis, cuando todos estamos llamados a ser guardianes de la salud y del bienestar individual y colectivo, es menester actuar de manera coherente y responsable, guardando los deberes de un médico, poniéndose en sus zapatos: hay que primero curar la mente y ayudarse a uno mismo, antes que ayudar a alguien más. La COVID-19 lo demanda.
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