Como ‘la princesa del sentimiento’, así se dio a conocer María Liz Patiño, la niña soledeña que conquistó con su talento, voz y presencia los votos de los seguidores del reality La Voz Kids y ganó esta nueva edición del concurso que finalizó el pasado viernes.
Su historia es realmente digna de admirar, y no porque sea cliché: pues es de origen humilde, reside en el populoso barrio Viña del Rey, de Soledad, y con mucho esfuerzo sus padres han impulsado su talento desde muy pequeña. Su padre es vendedor ambulante y su madre profesora y ama de casa.
Más allá de los estereotipos que conmueven una votación en este tipo de concursos, es evidente que María Liz y su familia son todo un ejemplo a seguir y que el país los haya conocido permite extraer muchas lecciones.
La más importante, sin duda alguna, es la de entender que el talento por sí solo no sirve si no hay disciplina y empeño para conseguir lo que se quiere. María Liz nació con un don especial para cantar, pero también con una sensibilidad y habilidad para interpretar instrumentos musicales. Con 12 años sabe hacerlo con 11 de ellos: el requinto, el piano, la guitarra eléctrica, acústica, el cuatro, la batería, la guacharaca, la caja, las maracas, el violín, el acordeón, el bajo y el ukelele.
Nunca tuvo un maestro, es una autodidacta de tiempo completo. Pese a ello, sí ha tenido el espíritu para enseñar y multiplicar el conocimiento que ha desarrollado en su corta, pero prolífera vida. Así ya lo había dado a conocer EL HERALDO en el artículo “Niños visionarios: con sus talentos lo pueden todo” –publicado en abril por el Día de los Niños, mucho antes de su participación en el reality–.
Cómo no aplaudir y alabar la labor de esta niña, que antes de ganar el famoso concurso televisivo ya estaba demostrando una inmensa grandeza al enseñar gratuitamente a los niños de su barrio con su proyecto ‘Mi escuelita musical’, todo con el único propósito de que “ellos en su tiempo libre tengan algo en qué pensar, que sea productivo y mantenerlos ocupados”, para alejarlos de las drogas, los robos y los embarazos adolescentes, como declaró en aquella ocasión.
Otra de las grandes lecciones de la historia de María Liz es el poder de la unión familiar y la importancia de que los padres – aun en medio de las más grandes dificultades– se empeñen por acompañar los sueños de sus hijos y ayudarlos a crecer.
En un país de difícil acceso a oportunidades, son los padres los primeros llamados a formar, educar y a buscar, con trabajo honesto, los medios para entregarle un gran ser humano a la sociedad. Eso han hecho José y Liz, sus progenitores. La recompensa: ver triunfando el proyecto de su hija, que sin lugar a dudas dará de qué hablar por largo tiempo.
Pero a la tarea de las familias es imprescindible que se sume – cada vez más y más– una mayor apuesta y aporte estatal por el desarrollo de los talentos en todas las áreas.
Siempre se necesita más para poder contar historias como las de María Liz. Ojalá ahora que todo el país la conoce, ‘Mi escuelita musical’ se expanda y pueda contar con mayores recursos para formar a muchos niños niñas en la música, una valiosa opción de vida que se siembra desde Soledad.