A 18 días de la jornada de votaciones en Estados Unidos, Donald Trump intensifica su actividad electoral para movilizar a sus bases y mostrarse fuerte, imbatible y poderoso, como él mismo se autoproclama, capaz de ganar cualquier batalla, incluso la de su propia condición de salud luego de haber padecido la Covid-19 que ha acabado con la vida de cerca de 220.000 de sus compatriotas, desencadenando gravísimas secuelas sanitarias, económicas y sociales en ese país.

Al presidente-candidato, aspirante a la reelección, se le agota el tiempo para recuperar terreno en estados decisivos como Florida y Pensilvania, en los que encabezó esta semana mítines multitudinarios, a pesar de las serias advertencias sobre el riesgo de proliferación de contagio por el coronavirus. Nada parece importarle a Trump, excepto que está, según varias encuestas, diez puntos por debajo de su rival demócrata, el ex vicepresidente Joe Biden, quien no desperdicia ocasión para arremeter contra la irresponsabilidad del mandatario en sus actos masivos, mientras insiste en criticar ferozmente su precaria gestión durante la pandemia.

Cada paso cuenta en la recta final de una campaña agitada, totalmente abierta y marcada por una polarización delirante, en la que podría reeditarse lo sucedido hace cuatro años, cuando Hillary Clinton, la gran favorita, ganó el voto popular, pero perdió la elección frente al magnate republicano que aparecía relegado en los sondeos. Cosas del complejo sistema electoral de Estados Unidos, que este 3 de noviembre celebrará no una, sino 50 votaciones distintas. Una por cada estado, donde los delegados tendrán la última palabra.

Como ha sucedido históricamente con las crisis económicas o los cambios demográficos por el aumento de las poblaciones afroamericana y latina, los efectos de la pandemia se sentirán en los comicios de un país cada vez más dividido y hasta desilusionado de sus líderes políticos. ¿Cómo?, aún resulta una incógnita. Pero datos recientes de la Universidad Johns Hopkins indican que el avance del virus golpea con fuerza a estados del Medio Oeste, entre ellos bastiones republicanos como Dakota del Norte, Montana y Utah, así como el estado clave de Wisconsin, donde las hospitalizaciones van en aumento.

Se vienen días cruciales en los que republicanos y demócratas buscarán convencer, a como dé lugar, a electores de estados pendulares – swing states – decisivos en los comicios. Cambiar votaciones es posible: Obama ganó en Carolina del Norte en 2008 y Trump lo hizo en 2016. Si las elecciones fueran hoy, Biden vencería en los muy importantes estados de Florida y Ohio, que hace 4 años votaron a favor del republicano, que también se quedó con los determinantes Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Tres estados en los que había triunfado Obama en 2012.

Trump, que cuenta con el voto obrero blanco, va por el latino y acude al manido discurso del miedo o del castrochavismo, “personificado por Biden”, que según él convertirá a Estados Unidos en una “nación socialista o peor”. Para asegurar la validez de su voto, ante las reiteradas denuncias de fraude hechas por el presidente, millones de norteamericanos votaron de manera anticipada, en persona o por correo, mientras asisten al desenlace de estas reñidas elecciones que tendrían un nuevo round el próximo jueves durante el segundo y definitivo debate previsto entre los candidatos.