El penoso enfrentamiento entre el ministro de Justicia, Eduardo Montealegre, y el del Interior, Armando Benedetti, corrobora la crisis de liderazgo, fractura institucional y pérdida de rumbo político del gobierno Petro. Es tal el caos o descomposición interna en el Ejecutivo que dos de sus figuras centrales intercambian descalificaciones e insultos personales en el chat oficial del gabinete presidencial, como si fuera la pelea del reality show del momento.

Su cruce de mensajes en el canal institucional profundiza la polarización, violencia verbal y desprestigio sistemático en el que ha caído la política colombiana, cada vez más alejada de ciudadanos hastiados de la confrontación y falta de soluciones a sus problemas cotidianos.

Lo más grave del nuevo capítulo de fuego amigo no es que Montealegre y Benedetti se destruyan públicamente en su duelo de egos, rencores y venganzas, en el que intercambian cuentas de cobro por sus actuaciones sobre el polémico proyecto de ley de sometimiento, que tendría sus días contados en el Legislativo. El asunto es todavía más inquietante. En su recta final, el Ejecutivo continúa atravesado por irresolubles conflictos, pugnas y divisiones que lo mantienen al garete, sin cohesión alguna, ni una línea clara de trabajo conjunto, sin disciplina ni respeto institucional. En otras palabras, sin la eficacia que la nación le demanda.

Indudablemente asistimos a un drama palaciego que sitúa en irreconciliables trincheras a sus bandos, haciendo irrespirable el clima de la Casa de Nariño. No deja de ser irónico que mientras el Gobierno clama por la ‘paz total’, dos de sus principales representantes, llamados además a orientarla desde sus ámbitos de competencia, ni se puedan ver ni sean capaces de convivir con alguna armonía. Esa es una relación que a decir verdad envejeció mal y que, luego del reencuentro, revela las profundas fisuras de la agenda de paz y justicia.

Tanto Montealegre como Benedetti saben mover los hilos del poder y de las lealtades, en este caso con Petro. No son actores menores de la política. El primero, artífice jurídico del famoso como inviable ‘decretazo’ de la consulta popular, que mantuvo al país dando vueltas sobre un mismo punto durante semanas, acusa al segundo de dejar botado su proyecto de sometimiento de grupos criminales en el Congreso. Lo llama “corrupto, fantoche, tibio, gallito de pelea, macho alfa del Gobierno”; desea, además, verlo en la cárcel y lo acusa de desprestigiar a sus compañeros de gabinete. Pues sí, el minjusticia no se quedó con nada.

Por su lado, el ministro del Interior, operador político del jefe de Estado, reconocido por su capacidad de desestabilizar gabinetes y chocar con sus integrantes, le responde en tono estoico, con desdén filosófico, condición que, dice, ha cultivado luego de su rehabilitación.

Sin embargo, este nuevo episodio no es aislado. Es apenas el más reciente de una extensa lista de disputas en la Casa de Nariño, protagonizadas por Benedetti que involucraron a figuras más o menos cercanas al petrismo pura sangre: Laura Sarabia, Francia Márquez, Gustavo Bolívar, Susana Muhamad y Alfredo Saade. ¿Qué tienen en común? Que ninguno de ellos aparece hoy en el círculo de confianza del presidente. Parece ser que audios, trinos, filtraciones o rumores, convertidos en herramientas de presión o chantaje, han sido útiles para eliminar rivales de la casa estudio del Gobierno, en la que, sin duda, reina Benedetti.

A todas estas, ¿dónde está Petro? Su ausencia de liderazgo en la nueva crisis de su gabinete es tan grave como el hecho mismo. Al no intervenir para llamar al orden, al no asumir la responsabilidad que le corresponde para frenar en seco los excesos de sus ministros no solo legítima sus comportamientos, también se desentiende del impacto que su pelea de quinta produce en la gobernabilidad de su Ejecutivo, empantanado en sus propias luchas y contradicciones y distanciado de las expectativas de quienes le dieron su voto de confianza.

Pese a la supuesta superioridad intelectual o moral de los implicados, queda claro que les importa cinco caer en este juego sucio: otra malísima función del Petro Show, que refrenda que para ellos gobernar es secundario, insultarse e irrespetarse a más no poder es prioridad.