Otros cinco periodistas fueron asesinados esta semana en Gaza. Ocurrió durante un doble ataque del ejército de Israel contra el Hospital Nasser, en el que murieron un total de 20 civiles, entre ellos médicos, pacientes y equipos de primeros auxilios. Tras el bombardeo inicial, se produjo una segunda explosión mientras rescatistas y periodistas se encontraban en ese lugar para asistir a las víctimas y documentar lo sucedido. No había salvación alguna.
Por donde se mire esta condenable e ilegal práctica, considerada un probable crimen de guerra porque viola las normas sobre el Derecho Internacional Humanitario consignadas en los Convenios de Ginebra de 1949, apunta a causar el mayor daño posible. Y, en este caso, constituye un atentado deliberado contra la labor vital de la prensa que cubre el horror de las matanzas, de la hambruna, de la inanición, que dejan ya más de 62 mil muertos en la Franja, la mitad de ellos mujeres y niños, desde los atentados terroristas de Hamás en Israel.
Resulta inaceptable, por no decir monstruoso, que ser periodista en Gaza se convirtiera desde el 7 de octubre de 2023 en prácticamente una sentencia de muerte. De hecho, la prensa extranjera tiene rotundamente prohibido el ingreso al enclave y quienes ejercen la labor son comunicadores palestinos contratados por medios, cadenas o agencias de noticias internacionales, como Reuters, Associated Press (AP) o Al Jazeera, que actúan como los ojos y oídos del mundo entero para denunciar las atrocidades de la ofensiva israelí en la Franja.
En casi dos años de operación militar en Gaza, no menos de 200 periodistas palestinos han sido masacrados, según organizaciones internacionales. Otros registros elevan la cifra a 247.
Ante la exigencia de justicia, Israel justifica los asesinatos de periodistas, acusándolos –sin pruebas– de ser objetivo militar por su implicación con Hamás o por su actividad terrorista. En el más reciente episodio, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, habló de “trágico accidente”, en tanto el ejército dijo que atacó el hospital para destruir una cámara instalada por Hamás en uno de sus pisos que en realidad era operada por la agencia británica Reuters.
Pese al patrón de impunidad extendido en Gaza, donde Naciones Unidas cuestiona a diario a Israel por el uso de la fuerza de forma indiscriminada y desproporcionada, la comunidad internacional no puede dejar de reclamar que rinda cuentas por sus actos. En ese sentido, es un deber moral preguntar, ¿quién da las órdenes de asesinar periodistas? A estas alturas, queda claro que silenciar las voces de los denunciantes es una estrategia para controlar el relato de la prensa, la producción de información –que es conocimiento– y una forma extrema de callar las voces de los ciudadanos palestinos que son víctimas de un genocidio.
Esta brutal batalla por la verdad, como en tantas otras guerras a lo largo de la historia de la humanidad, se libra no solo sobre el terreno, también en la narrativa construida por quienes participan en ella. El asesinato de periodistas, al igual que de civiles en Gaza, parece haberse naturalizado, en parte por el inmovilismo de la comunidad internacional que se queda en enérgicas condenas, mientras la gente se muere literalmente de hambre en la Franja debido al bloqueo impuesto por Israel para el ingreso de los suministros requeridos, pese al clamor de las agencias humanitarias que siguen lanzando alertas sobre el agravamiento de la crisis.
Sin presión ni exigencias de investigaciones al gobierno ocupante de Netanyahu, este seguirá negando la hambruna en Gaza, declarada oficialmente por la ONU, y embistiendo contra sus periodistas, a pesar de que está prohibido atacarlos, como a los hospitales, que son instalaciones protegidas por el DIH. Intentar ocultar que atrocidades como estas se conozcan es una prueba fehaciente de su innegable autenticidad. Los hechos son evidentes.
Con razón, el papa León XIV pide cesar la guerra, de la que dice ha causado “terror y muerte”, la liberación de los secuestrados, el ingreso de la ayuda y la protección de los civiles de este castigo colectivo que es, sin ninguna duda, una herida abierta en la conciencia de la humanidad. Sobre todo, si Israel concreta su plan de toma total de Ciudad de Gaza.