El éxito empresarial acarrea una enorme responsabilidad social. Es de sentido común que las utilidades de las compañías más prósperas se reinviertan en el progreso de comunidades vulnerables. Firmas con abultadas ganancias no siempre lo hacen, de manera que aquellas que destinan parte de sus beneficios a generar valor en la gente parecen especies en vías de extinción. Pues estas últimas son las que suelen estar dirigidas por buenas personas.

Es insensato que en Colombia se hubiera puesto de moda arremeter contra las empresas, en especial si son grandes. Claro que es posible encontrar empresarios de dudosa catadura moral. Al igual que políticos o periodistas. Sin embargo, pese a los ataques del populismo, nadie debería desconocer o relativizar el gran aporte del empresariado, del sector privado, a la cohesión social de una nación en la que está probado que el Estado no puede con todo.

Ahora bien, lo que ocurre a diario en Barranquilla rebate la perniciosa tendencia de divorcio casi irreconciliable entre lo público y lo privado que parece haber hecho carrera en el país.

La entrega de la Institución Educativa Distrital (IED) Evelyn Abuchaibe de Daes en el corregimiento La Playa, un impresionante proyecto construido por la Fundación Tecnoglass en colaboración con la Alcaldía, reafirma la fortaleza de una alianza virtuosa por su enorme potencial de transformar vidas. La razón es irrefutable: la educación rompe el círculo de la pobreza. Y este colegio, para 800 alumnos en su primera etapa, tiene razones de peso que lo convierten en el espacio más moderno y mejor dotado para la enseñanza en Barranquilla.

En la formación con enfoque STEAM, que es ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas, que impartirá el centro educativo, en el que se invirtieron $35 mil millones, radica su singularidad. Sus pantallas interactivas de última generación con inteligencia artificial y minería de datos, entre otras funciones, y sus modernas instalaciones son la mejor garantía para que niños y jóvenes desarrollen las habilidades tecnológicas que les exigen mercados competitivos, demandantes cada día de más programadores informáticos.

Estamos ante una revolución digital imparable, en la que el mañana es hoy. Por eso no extraña que un visionario de futuro como Christian Daes, el director de operaciones de Tecnoglass, estructurara el proyecto pensando en el empleo de calidad que los allí formados podrán obtener en unos años. Ese fue su primer objetivo: darles la oportunidad a sus vecinos de La Playa y Las Flores, donde funciona su complejo empresarial, de formarse bajo los más altos estándares de calidad educativa, mientras reduce el déficit de cupos escolares.

Y el segundo, aunque no menos importante, rendir un tributo a su madre, Evelyn Abuchaibe de Daes, una mujer de origen humilde y corazón bondadoso, de la que él y sus hermanos, José Manuel, Luna y Giselle, aprendieron generosidad para favorecer a los demás mirando siempre hacia abajo, en vez de intentar compararse con quienes están por encima, y tenacidad para perseverar ante las adversidades. En últimas, propósito de vida para servir.

Este colegio, el legado de los Daes Abuchaibe en materia de educación que se suma a sus otros proyectos sociales y de infraestructura, como los monumentos que han construido en Barranquilla y Puerto, no solo corrobora el firme compromiso de una familia que lleva en su ADN el deseo de ayudar. También supone un llamado a la reflexión, a la autocrítica, para que más empresarios eleven su retribución en capital humano, invirtiendo en su desarrollo.

Quienes generan riqueza tienen la obligación moral de compartirla con generosidad. Es lo correcto para sembrar esperanza e iluminar la vida de otros. Aquellos que la acumulan sin propósito son como ricos pobres porque su existencia carece de bondad, que es la mayor fortuna posible. En Barranquilla, damos ejemplo. Empresarios que reinvierten sus beneficios, generan trabajo y aportan. Bien, aunque algunos podrían hacer aún mucho más.

Gracias a los Daes Abuchaibe por elegir el camino estrecho, quejarse menos y hacer más. Su altruismo, al igual que su resiliencia, merece ser reconocido. A doña Evelyn, larga vida. Cada vez que un niño de su colegio mencione con orgullo dónde estudia, su herencia de futuro posible en Barranquilla y a donde su formación los lleve estará más que garantizada.