EL HERALDO está de luto. Su director consejero, Juan B. Fernández Renowitzky, ha fallecido, este lunes, a los 99 años de edad. Es una pérdida incalculable para nuestra casa editorial, pero sobre todo lo es para el periodismo de Barranquilla, del resto del Caribe y de Colombia entera, que se queda sin un referente determinante del pensamiento liberal y la autonomía regional durante las últimas décadas, en especial desde que asumió las riendas del periódico, donde ejerció una ejemplar defensa de las libertades, derechos y el bien común.
La vida de este abogado, formado en Humanidades, Literatura y Economía en La Sorbona de París y en la Universidad de Harvard, quien fuera rector de la Universidad del Atlántico, alcalde de Barranquilla, ministro de Minas y de Petróleo y de Comunicaciones y embajador de Colombia en Chile, se encuentra estrechamente ligada a la trayectoria de EL HERALDO.
Su padre, Juan B. Fernández Ortega, al que su devoto hijo públicamente le reconocía que le debía todo lo que era, fundó este diario en octubre de 1933, al lado de Alberto Pumarejo Vengoechea y Luis Eduardo Manotas Llinás, cuando Enrique Olaya Herrera era presidente.
A sus 7 años Fernández Renowitzky recorría la sala de redacción de la primera sede en el emblemático Paseo Bolívar, y a los 15 ya era parte de su plantilla. Aunque fue en 1975 cuando se convirtió en su director, cargo que recibió de manos de su padre y que desempeñó hasta 2004. Bajo su indiscutible liderazgo, EL HERALDO inició su modernización para ofrecer a los lectores una impresión nítida y en color, un proceso en el que contó con la diligente gestión de los gerentes Alberto Mario Pumarejo Certain y Manuel De la Rosa Vives y el auditor Alberto Gieseken Roncallo. En los 80, el periódico dio un salto cualitativo.
También resultó un tiempo propicio para que Juan B. Fernández Renowitzky, fiel a sus convicciones de eminente caribe, abrazara la amplia difusión de postulados en defensa de nuestra región. Sus cruzadas en beneficio de su desarrollo económico, social e institucional son proverbiales. Retratado en cada una de sus vehementes luchas en beneficio de causas justas que fomentaran el desarrollo digno y equitativo de la gente, enarboló la bandera de la autonomía regional para materializar sus constantes esfuerzos en favor de la democracia.
Su audacia y espíritu visionario al plantear propuestas, al igual que su talante respetuoso y conciliador para consensuarlas, sellaron su paso por la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, de la que surgió la actual Carta Magna. Su irreductible anhelo de dar vida a entidades territoriales autónomas, con patrimonio propio e impulsar su desarrollo, así como el camino que a través de dos decisivos artículos consignó en la nueva Constitución, con los demás constituyentes de la región Caribe, para hacerlo real, continúan vigentes 34 años después.
No en vano la Comisión de Ordenamiento Territorial (COT) del Senado le acaba de dar concepto afirmativo a la conversión de la Región Administrativa y de Planificación del Caribe (RAP) en Región Entidad Territorial (RET). El siguiente paso será el debate en el Congreso del proyecto de ley, que será presentado por iniciativa del Gobierno. Confiamos en que sea lo antes posible y se convoque el 8 de marzo de 2026 a un referendo, el segundo Voto Caribe, como lo habría exigido Juan B. Fernández Renowitzky, quien siempre creyó en la autonomía regional. Su aprobación en el Legislativo y votación masiva en las urnas sería el más meritorio homenaje al legado político de una figura que con firmeza y rotundidad habló en contra de un Estado manejado desde la fría Bogotá, del que decía era como un “enorme y costosísimo paquidermo que desconocía las necesidades de la provincia”. Incontestable.
Si dar la pelea por el bienestar y equidad del Caribe era una de sus pasiones, la defensa de las libertades y los derechos, en aras de la justicia universal, le valió el reconocimiento internacional. En 2005, fue condecorado por el entonces presidente de Chile, Ricardo Lagos, por el amparo que concedió a perseguidos políticos de esa y otras naciones durante el inicio de la dictadura de Augusto Pinochet. Desde su posición como embajador de Colombia garantizó la salida segura hacia Bogotá de un número importante de ciudadanos acechados por las autoridades golpistas de la Junta Militar que al final lo declararon persona non grata.
Juan B. Fernández Renowitzky personifica en todos los hechos de su vida, los públicos y los privados, en los que siempre contó con la entusiasta presencia de su esposa, Elisa Noguera de Fernández, y de su hijo Juan B. Fernández Noguera, un crisol de atributos excepcionales. Su elevado sentido de la justicia y responsabilidad social, el respeto por los principios liberales e independencia periodística, la contribución a la cultura y su fino humor enriquecieron a generaciones de periodistas que tuvimos el honor de acompañarlo en distintos momentos de su prolífica andadura como piedra angular de EL HERALDO, a lo largo de casi 30 años.
Gabriel García Márquez –su amigo personal-, Juan Gossaín, Olguita Emiliani, Ernesto McCausland, Gustavo Bell, Marco Schwartz, entre otras plumas excelsas de EL HERALDO, hicieron equipo en perfecta sintonía con un inmejorable maestro, siempre dispuesto a escuchar y valorar las opiniones de los demás. Quienes le hemos sucedido, nos afanamos a diario en seguir y darles continuidad a los principios conductores señalados por Juan B. Fernández Renowitzky para asegurar el futuro de su familia extendida que lo va a extrañar.