Hace apenas unas horas la redacción de EL HERALDO despidió al reportero gráfico Luis Rodríguez Lezama, integrante de esta casa periodística desde 2008, quien siendo fiel a uno de sus tan cariñosos como divertidos remoquetes, ‘Lucho Velocidad’, se nos fue muy rápido.
‘Cholu’, quien era en sí mismo un pequeño Larousse para renombrar las cosas o decirlas al revés, poseía el don de la palabra. Podía demorarse horas charlando con fervorosa pasión de los temas que le llenaban el alma, despertaban su inquietud o le indignaban. Su mirada profunda se perdía en los recovecos de su vasta memoria cuando echaba un cuento o compartía una opinión, para lo cual se esmeraba en escoger una a una las palabras precisas con el único propósito de retener a su contraparte, hilando sin parar una historia tras otra.
No había forma alguna de acelerar o terminar rápido una conversación con él porque al final de la misma el sagaz e inteligente contertulio sometía a su interlocutor a una aguda prueba para comprobar cuánto le había entendido. Ciertamente, el ‘viejo Lucho’ tenía un talento de auténtico reportero, de esos que se dan sus mañas para sacar a la luz secretos o anécdotas que los entrevistados, generalmente, se resisten a revelar a la primera pregunta.
Aunque bueno, su arte más exquisito radicaba en retratar esas inolvidables ‘delikatessen’ que el lente de su cámara captaba con maestría innata. Debía ser porque nunca le sobraron imágenes para sus ojos ávidos de conocimiento que los libros alimentaron durante años ni mucho menos las palabras esenciales para llegar al lado oculto del corazón de quienes se le ponían enfrente o iba descubriendo en el camino. Es lo que llamamos el olfato periodístico.
El ‘eléctrico de la fotografía’, como alguna vez lo bautizó el doctor Juan B. Fernández Renowitzky, director consejero de EL HERALDO, corroboraba a diario que la veteranía no se improvisa. Como tampoco la seguridad, confianza o certidumbre necesarias para portar con rotundidad el chaleco de reportero gráfico. Sin dudarlo, ‘Cholu’ siempre supo enfocar bien.
Tanto que su vocación de orientador, sapiencia o manejo para controlar el descontrol, para “dominarla de pechito”, como él mismo decía, lo convirtió en una especie de mentor entre los recién llegados al periódico que de inmediato le reconocían el ‘palito’ de la paciencia para enseñar, el de la dedicación para aconsejarlos y el de la osadía para lanzarlos a la aventura de navegar las olas de una vida tan intensa como la nuestra, a punta de sus ocurrencias o mamando gallo para hacer del oficio una rutina distinta: ¡Trabajar relajados!
Si la generosidad, respeto, amabilidad, vacile y actitud altruista de Lucho dejaron huella en los periodistas más jóvenes de la redacción, en la vieja guardia de EL HERALDO el reclamo de las fotos que jamás les entregó o quedó debiendo ha hecho historia. A decir verdad, también las diatribas que en la redacción lanzaba con vehemencia en defensa de su quehacer o contra alguna autoridad que se atreviera a impedir que disparara su cámara. Con él sí que se cumplía aquello de genio y figura, porque aun afrontando el deterioro de su salud no renunciaba a un reclamo ardoroso que le permitiera iniciar una charla productiva.
Ahora que la dolorosa partida de Lucho nos recuerda lo frágiles y breves que somos, no podemos menos que rendirle tributo siendo tan auténticos e irreverentes como lo fue él hasta el final. Sus inestimables lecciones de vida nos ofrecen opciones para tener en cuenta: el genuino interés que motivaba sus conversaciones, la pasión de celebrar un gol de Junior en vez de fotografiarlo o los espontáneos gestos con los personajes de sus historias de calle.
Parecía que a cada uno de nosotros ‘Cholu’ tenía algo que decirnos. O quizás no. Tal vez lo único que anhelaba era encontrar la manera de hacernos sentir especiales. Este mensaje de construcción colectiva, como tantas historias que elaboramos en EL HERALDO, es en tu honor ‘viejo cositero’. Porque como lo hacemos con nuestros mayores de sangre, en esta familia en la que las urgencias cotidianas pesan tanto, aprendimos a sacar tiempo para gozarnos la vida a tu lado. Era la forma de decirte lo mucho que te admiramos y queremos.
A Astrid, en quien siempre encontró sustento; a sus hijos, Laura y Luis, tu gran herencia a EL HERALDO, y al resto de su familia, nuestro cariño. ¡Gracias por prestárnoslo tantos años!