Aunque el conflicto entre India y Pakistán pueda parecer distante a lo que geográficamente respecta a Colombia, si una lección ha dejado las guerras “modernas”, como la que se libra en la Franja de Gaza, o la sucedida entre Rusia y Ucrania, es que a 2025 los países del mundo –también por cuenta de la globalización– albergan lazos mucho más estrechos en frentes como el económico, político y social.
En ese sentido, cada crisis tiene un efecto mariposa en las demás naciones, que hoy en día deben propender por hallar soluciones conjuntas para enfrentar situaciones tan complejas como la pandemia por el covid-19, la hambruna y el cambio climático. Mucho más cuando se trata de países hermanos que comparten conflictos, fenómenos migratorios y crisis de distintas índoles, como en el caso entre la India y Pakistán.
Ante ello, la comunidad internacional ya no puede sencillamente dar la espalda o mantener una “distancia prudente”, pues una escalada de las disputas no solo compromete ya la estabilidad regional, sino que implica la probabilidad de que se desate una guerra nuclear, pues ambas son potencias en esta materia, y desde el pasado 26 de abril vienen intercambiando hostilidades en la históricamente disputada región de Cachemira. Allí, donde cada país administra una parte desde la partición de la India británica en 1947, se perpetró la masacre de 25 ciudadanos indios y un nepalí a manos de varios hombres armados, que abrieron fuego contra los turistas en la localidad de Pahalgam.
Dos semanas después, Nueva Delhi respondió con una serie de ataques que denominó ‘Operación Sindoor’, y desde entonces el conflicto se ha venido ampliando mucho más que en anteriores rondas. En ese escenario, las partes acordaron una tregua que se ha visto frágil y reducidamente acompañada por la comunidad internacional, así como socavada por la constante violación de sus términos, según acusan ambos países.
Fue precisamente Estados Unidos, en cabeza de Donald Trump, Marco Rubio y JD Vance, el país que decidió entrar a la mediación, también por el mismo llamado paquistaní, dado que un alto el fuego no lograba concretarse. Sin embargo, el Ministerio de Información de la India afirmó que el acuerdo se gestionó directamente entre ambos países, minimizando la intervención estadounidense y contradiciendo la afirmación que Trump había hecho en su red Truth Social, en la que anunció que, tras una noche de largas conversaciones, EE. UU. había logrado el sábado poner de acuerdo a las partes.
Para la suma de males, en un contexto en el que las armas son también videos manipulados y mensajes falsos en redes, la lucha por influir en la percepción pública se ha erigido como un frente de batalla tan crucial como el propio terreno. La desinformación continúa exacerbando las tensiones entre ambas naciones, con la difusión de noticias no verificadas y el bloqueo de perfiles en plataformas digitales clave que imponen, intencionadamente o no, una narrativa paralela a la realidad difícil de discernir de los hechos.
Ambos países han sido señalados por su recurso a la guerra informativa en el entorno en línea. Circularon extensamente vídeos de supuestos ataques que, tras ser verificados, resultaron pertenecer a conflictos pasados, estar relacionados con accidentes ocurridos años atrás o incluso ser secuencias extraídas de videojuegos.
En otros frentes, las implicaciones también se han visto en aspectos como la suspensión de visas y la prohibición del comercio, mientras que India suspendió su participación en un pacto crucial para compartir el agua, decisión que afecta a los ciudadanos pakistaníes que dependen del preciado líquido.
De nuevo, son los más vulnerables los primeros impactados con las represalias, así como las familias hindúes y musulmanas que tienen a sus seres queridos a lado y lado de Cachemira pues, así como el conflicto, la historia y la cultura compartidas también datan de décadas.