Donald Trump ha consumado su guerra arancelaria global. En esta ocasión, a diferencia de anteriores anuncios que lanzó en clave de amenaza y que no pasaron de ser titulares de prensa o estrategias de negociación para meter presión a sus aliados, el presidente firmó el miércoles la orden ejecutiva que estableció la nueva política comercial de Estados Unidos.

Estamos ante una decisión histórica que inexorablemente obligará a un drástico reajuste de la arquitectura económica e institucional global e incluso impactará las relaciones políticas entre naciones. De tal magnitud es el desconcierto e incertidumbre que ahora recorre el planeta por la ruptura de las reglas básicas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que se habla ya del fin de la globalización o del sistema económico de los últimos 80 años.

No es para menos. La rimbombante “declaración de independencia económica” de Trump no dejó nada al azar. Anclado en un nacionalismo férreo para hacer a Estados Unidos “rico de nuevo” y calculado mediante una fórmula subjetiva, acusada de tramposa por falsear los hechos, el nuevo paquete tarifario de “aranceles recíprocos” es un manual revanchista, de efectos impredecibles, que cayó como un baldado de agua fría en el concierto internacional.

La acometida proteccionista del republicano le impuso una tasa universal o genérica del 10 % a 184 países, entre ellos a Colombia, castigó con gravámenes del 20 % a las naciones de la Unión Europea, sus otrora aliados, y fijó aranceles recíprocos más elevados, por ejemplo, a Japón, India, Taiwán, Vietnam, Camboya o China, su rival a controlar, que acumula una escalada de gravámenes del 54 %. Más allá de exenciones en la industria mineroenergética, el escenario de estocada a la economía no puede ser más desafiante. Este jueves entró en vigor el arancel del 25 % para las importaciones de vehículos fabricados fuera de Estados Unidos y el próximo 12 lo hará el de los productos de acero y aluminio, por el mismo monto.

Contra el consenso de reputados economistas o del sentir ciudadano que temen se acelere la inflación por el aumento de precios, se frene el gasto de los consumidores o contraiga la economía hasta caer en recesión, el tono triunfalista de Trump indica que está convencido de que su plan será exitoso. Ávido por cobrar venganza, suponemos que del resto del mundo, e imbuido en un adanismo mesiánico e imperial, decidido a reestructurarlo todo, desconoce los nuevos riesgos económicos internos e infravalora los impactos de la ralentización del comercio global o de la previsible destrucción de empleo. ¿Futuro incierto? No cabe duda.

La jornada de jueves negro, con fuertes caídas en las bolsas, retrata bien la preocupación por un eventual retroceso de la economía mundial. De hecho en su examen inicial, la OMC afirma que la guerra arancelaria de Trump contraerá 1 % el comercio internacional este año. De ahí que líderes globales decidan actuar con la máxima cautela, sopesar su respuesta e intentar negociar, antes de ordenar represalias que podrían recrudecer la agresiva política de Washington. Es momento de calcular los pasos a seguir, sin abandonar ninguna opción.

Esa parece ser la apuesta de Colombia que no se salva del ‘fuego amigo’ de la guerra arancelaria de nuestro principal socio comercial. En una coyuntura de tanto ruido político e incertidumbre regulatoria, el gobierno Petro, que aún no designa el reemplazo de Luis Carlos Reyes en el Ministerio de Comercio, debe saber moverse para encontrar oportunidades competitivas que permitan reducir o mitigar los impactos de mayores costos o pérdida de márgenes de ganancia de los productores nacionales. Se debe pensar en todo.

En 2024, Colombia exportó a Estados Unidos 14.500 millones de dólares, el 30 % del total de nuestras ventas externas. Si el Ejecutivo, con el acompañamiento del ecosistema empresarial, no abraza una estrategia eficaz e innovadora que combine diálogo más diversificación de mercados, el precio a pagar podría ser altísimo. La nueva realidad de una economía al límite con efectos en precios de la canasta familiar por la inflación importada o un crecimiento económico desacelerado requiere cabeza fría para adaptarse. Conviene saber en manos de quien estamos para unir esfuerzos y poder actuar con unidad y firmeza.