Si a estas alturas algo une a Petro y a Trump es su irrefrenable deseo de hacerse daño. Sus personalidades egocéntricas, basadas en la búsqueda de su autoglorificación, los delatan como unos líderes mesiánicos, dispuestos a polarizar, desatar conflicto, abusar del poder, y cruzar todas las líneas rojas que haga falta, con tal de certificar respaldos para su beneficio político y para validar sus decisiones autoritarias. Su dogmatismo y tendencia a despreciar a quienes los cuestionan o no piensan como ellos los conduce a descubrir enemigos a derribar por doquier, sin detenerse a considerar las consecuencias de sus determinaciones.

En su reciente andanada de insultos contra Petro, en la que lo llamó “matón”, “mal tipo”, y lo equiparó con un traficante de drogas, Trump redefinió la relación de Estados Unidos con Colombia en términos de la más absoluta desconfianza. Ya no cabe duda, por si alguien aún la tenía, de que el republicano sabe bien de quién habla y dónde estamos ubicados. Pues justo al lado de Venezuela, el país del ‘Cartel de los Soles’, gobernado por el dictador Nicolás Maduro, por el que su administración ofrece USD50 millones de dólares de recompensa.

Ya no es un lugar común, sino una agobiante realidad. La relación bilateral atraviesa su peor momento. Trump está convencido de que “Colombia se ha rendido al narcotráfico”, que es “una guarida de drogas”, “gobernada por los carteles” y apunta directamente al presidente Petro, a quien acusa de ser “un amigo, un líder del narcotráfico”. El deterioro es tan evidente que mientras el secretario de Estado, Marco Rubio, tilda a Petro de “lunático”, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, se refiere a él como un “desquiciado”.

Tras décadas de acciones compartidas, de corresponsabilidad en la lucha antidroga —con más o menos matices—, Colombia ha vuelto a ser señalada como el problema y no como parte de la solución. De ahí el tajante anuncio del mandatario estadounidense de frenar o suspender los pagos de ayuda a nuestro país. ¿Cómo o cuándo se materializará ese duro golpe sobre el cual no se tienen certezas más allá de lo señalado por el colérico presidente?

En todo caso si se concreta no solo será el fin de una era de cooperación, sino también el inicio de una etapa de fuerte vulnerabilidad. Colombia, que durante años ha sido valorada como el aliado más confiable de Washington en la región, corre el riesgo de convertirse en un país aislado, sin respaldo militar ni financiero, en medio de una alarmante expansión de grupos armados del crimen organizado, ensañados en territorios claves y centros urbanos.

Las palabras importan y, en diplomacia, pueden ser tan demoledoras como una bomba. Lo estamos comprobando. Desde el inicio del mandato Trump, Petro ha rebasado los límites de la relación bilateral, incurriendo en provocaciones y adentrándose en terreno minado. Su intencional estrategia de desafiar al magnate republicano, para forzar una narrativa de confrontación nacionalista, ha terminado por desencadenar una suma de crisis diplomáticas que derivaron en una irreconciliable distancia, con el telón de fondo del genocidio en Gaza.

La descertificación, con exención de sanciones por interés nacional, fue un campanazo de alerta que no se atendió. Por el contrario, el tarimazo de Petro en Manhattan, llamando a militares de EE. UU. a desobedecer a su comandante en jefe, no pasó de agache. Tampoco lo hicieron las reacciones del jefe de Estado a la ofensiva antinarcóticos en aguas del Caribe, para cercar al ilegítimo régimen de Caracas. El castigo que venía en forma de más aranceles se cambió por la eventual inclusión del presidente, su familia y funcionarios en la Lista Clinton.

La nueva doctrina de seguridad de EE. UU., que homologa a los terroristas decapitadores del Estado Islámico con los carteles de la droga, principal justificación de los ataques contra las supuestas ‘narcolanchas’ en el Caribe y el Pacífico, abre interrogantes sobre hasta dónde llegará Trump en su declarado conflicto armado, con sus ejecuciones extrajudiciales. Su perentoria sentencia de que los “carteles no escaparán” nos sitúa en el peor de los mundos.

¡Cuánta diplomacia se requiere para superar esta tensión! Sin embargo, estamos en manos de una canciller que ni visa tiene y de un embajador cuestionado por su propio jefe. Lo que está en juego ya no es solo la relación con Estados Unidos, sino el rumbo que tomará el país.