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Sin caer en la euforia, los datos del mercado laboral de junio son alentadores. La tasa de desempleo bajó al 9,3 %, cifra que no se veía desde 2019, y Colombia superó los 23 millones de ocupados, casi un millón más que hace justo un año, cuando el índice fue de 11,3 %.
Por políticas de formalización, programas de formación, incentivos laborales dirigidos a mujeres y otras políticas gubernamentales en territorios, el empleo resiste el embate de la desaceleración económica del primer semestre y mantiene un buen desempeño.
Pese a un comportamiento tan favorable, sorpresivo incluso para algunos analistas que lo atribuyen a coletazos del impulso económico de periodos anteriores, no podemos desconocer que 2,3 millones de personas aún están sin trabajo. Buena parte de ellas en ciudades de la región Caribe, como Riohacha, Montería y Valledupar, donde la tasa de desocupación es de 14 y más puntos porcentuales. Por tanto no conviene hablar todavía de un cambio de ciclo. Eso sería aventurado, pero sí es importante detenerse a analizar lo que se está haciendo bien para reforzarlo.
Precisamente, uno de los datos clave que no se puede pasar por alto indica una importante reducción de la brecha laboral entre hombres y mujeres, que alcanzó 3,9 % en esta última medición del Dane. Continúa siendo inaceptable que mientras la tasa de desempleo masculino sea de 7,7 %, el femenino se sitúe en 11,6 %, pero también es cierto que desde junio de 2014 no se registraba un mínimo histórico de semejante calado.
Se ha recorrido un camino valioso que conviene no desandar, de modo que muchas de sus principales estrategias tendrían que ser valoradas para ser incorporadas al nuevo proyecto de reforma laboral que el Gobierno volverá a llevar al Congreso. También es una buena noticia que la informalidad siga reduciéndose. En este caso sí es posible encontrar una tendencia consolidada a la baja desde el final de lo peor de la pandemia que, eso sí, se expresa con demasiada lentitud.
En junio, la tasa se ubicó en 55,7 %, cuando un año atrás fue de 58,3 %, una disminución de 2,6 %. Aminorar ese ejército de personas sin empleo decente ni condiciones dignas de trabajo debería ser un punto central de la iniciativa legislativa que alista el Ministerio de Trabajo y que apuesta, como se nos ha insistido, en enfrentar la precariedad laboral. No habría nada más equitativo que ocuparse de los trabajadores sin derechos que merecen ser formalizados, obtener empleos con garantías y estabilidad en sus ingresos.
Aterrizando la actual fotografía del mercado laboral en Barranquilla, la ciudad continúa afianzando su dinámica positiva hasta sumar 612 mil personas ocupadas, 45 mil más que en junio de 2022. Dicho de otra forma, en el último año logró aumentar su tasa de ocupación, de 55,9 % a 59,4 %, 3,5 puntos porcentuales, convirtiéndose en la mejor de los últimos dos años.
También redujo informalidad, que en este caso se mide con Soledad, llevándola al 54 %, por debajo del promedio nacional. Por sectores, los que más crean empleo son el comercio, la industria manufacturera y de servicios, que han jalonado la economía local tras el choque de la pandemia. En resumen, se crea empleo gracias a una reactivación sostenida, con altas y bajas amarradas al impacto de factores externos e internos, que permite incrementar fuerza laboral y crecer económicamente. Es un avance, se mejora, pero aún queda mucho trabajo por delante para estabilizar a esas 75 mil personas que aún están desocupadas.
Se han sentado pilares sólidos que deberán seguir apuntalándose en lo sucesivo para que el ascensor social de una ciudad con marcadas desigualdades no deje a nadie atrás. Programas como el bilingüismo en los colegios oficiales, la Universidad de Barranquilla y la estrategia de una capital verde con una oferta turística sostenible son atractivos presentes que construirán un futuro posible para todos, siempre sobre la base de una articulación armónica entre los ciudadanos, lo público y lo privado.