En su visita de dos días a nuestra ciudad, que concluyó la noche del sábado, el presidente Duque lanzó una propuesta que, al menos en su música, suena muy bien: convertir a Barranquilla en la primera “biodiverciudad” del Caribe, aprovechando la estrecha conexión geográfica del Gran Malecón, el río Magdalena y el parque Isla de Salamanca.

El concepto de biodiverciudad lo ha desarrollado el instituto Goodall España, y consiste básicamente en concienciar sobre la importancia de la naturaleza en los núcleos urbanos con el fin de que adopten un estilo de vida más compatible con la conservación del entorno ambiental.

Se trata, de momento, de una idea del presidente. Lo que ahora sigue es clarificar qué alcance quisiera imprimirle el Gobierno con el fin de dotarla de contenido y proceder a su desarrollo. Porque la creación de conciencia ambiental en Barranquilla implicaría establecer una conexión sólida con la Isla Salamanca, y no hay que olvidar que esta se encuentra en jurisdicción de otro departamento y, además, depende formalmente de la Nación por su condición de parque natural.

Ahora bien: se desarrolle o no esta idea, lo previsible es que la unión del Gran Malecón, el río y la Isla Salamanca acabe generando, más temprano que tarde, una dinámica ecológica y turística propia, que será aprovechada por actores privados para establecer negocios relacionados con el aprovechamiento del entorno natural. Es fácil imaginar, por ejemplo, que se desarrollarán servicios de transporte fluvial para llevar gente del malecón a la isla para pasar el día y disfrutar de sus maravillosos parajes.

Pero el planteamiento de Duque no parece referirse al desarrollo espontáneo de los acontecimientos. El presidente sugiere que Barranquilla capitalice su posición geográfica estratégica para sacar el máximo partido de las posibilidades que se abren y se convierta, en la práctica, en la gran protectora de uno de los santuarios ecológicos más importantes del país.

Suena lógico: más allá de límites departamentales, la Isla Salamanca forma parte del entorno de nuestra ciudad y podría convertirse no solo en un espacio inigualable de educación ecológica para nuestros alumnos y familias, sino en un foco turístico para el creciente número de visitantes.

Hay que ‘cogerle la caña’ al presidente y empezar a trabajar en serio sobre esta idea que lanzó en nuestra ciudad. El Distrito y los dirigentes empresariales y cívicos, en unión con organizaciones ambientalistas, deberían reunirse para dar cuerpo a esta propuesta que, como dijimos al comienzo, suena atractiva.

Que Barranquilla se erija en ejemplo de interacción respetuosa con la naturaleza sería una excelente noticia. Hagamos, pues, la tarea para merecer el honroso título de biodiverciudad.