El reciente anuncio del vicecontralor general de la República, Ricardo Rodríguez, en el que dio a conocer que Colombia tiene 890 ‘elefantes blancos’ es preocupante y además alarmante para la Región Caribe, siendo que el 60% de estos se encuentra en esta parte del país.

Si revisamos qué significa el término, el diccionario Oxford dice que un ‘elefante blanco’ (white elephant) es una posesión que es inútil o molesta, especialmente una que es cara de mantener o difícil de eliminar.

Y con esta expresión también se denomina a una obra pública que no ha sido concluida y que además su mantenimiento y servicio no compensan la inversión realizada. En Colombia, como lo muestran las cifras, pululan.

Otro de los datos que enciende las alarmas es que una de las afectaciones más grandes de estos casos es que el costo de rehabilitar estas obras puede ser dos y hasta tres veces mayor que el presupuesto que se tenía para dichos proyectos inicialmente.

Además del hecho de que en la Costa Atlántica, que es en donde está concentrada la mayor cantidad de estos proyectos, se encuentran obras de este tipo en sectores sensibles como saneamiento básico, infraestructura hospitalaria e infraestructura educativa.

Uno de los más grandes ‘elefantes blancos’ que hay en el país es el túnel Segundo Centenario, ubicado en la cordillera central y que ha padecido sobrecostos importantes, ya que comenzó costando $464 mil millones y su valor actual llega a los $3,5 billones.

Lo peor es que desde hace 19 años comenzaron a ejecutar este proyecto y aún no ha concluido.

Aunque la Contraloría, con su equipo de técnicos, esté haciendo un riguroso seguimiento, no estamos hablando de un reto fácil. La corrupción y la laxitud rodean y han protegido esta irregularidad que tanto costo le produce a la nación.

A pesar de que la información que dio a conocer el vicecontralor no es nada alentadora, sí resulta oportuna para abrir más los ojos ante las afectaciones que se generan, porque es sumamente lamentable que diversos sectores del país involucrados en estas obras se vean en la penosa necesidad de incurrir en sobrecostos para, si se cuenta con suerte, concluir las obras, además de llevar a cuestas el lapo de la corrupción.

Es lamentable que la mayor cantidad de estos proyectos estén justo en los sectores marginales del país, cuyas necesidades básicas insatisfechas son altas y no dan espera.
Las exigencias a los contratistas y a todos los vinculados en esta cadena deben ser totalmente rigurosas por parte de los organismos de control, y la vigilancia del Estado no puede bajar la guardia para que por fin sea posible acabar con los llamados ‘elefantes blancos’.