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La muerte salvaje de un toro a manos de una multitud en el marco de la fiesta de corralejas en Turbaco, Bolívar, ha reabierto el debate en torno a esta tradición arraigada en la historia cultural de varias poblaciones de la Costa Caribe.

Las corralejas, de raíces hispánicas, nacieron en las antiguas sabanas del Bolívar Grande y tienen mayor anclaje en Sucre y Córdoba. Barranquilla tuvo también en un tiempo su plaza de toros, pero, ante la falta de afición, la instalación fue demolida.

Alrededor del fenómenos circula una complejidad cultural, social y económica que es necesario considerar en cualquier análisis que se haga del tema. Por eso, los alcaldes se muestran reacios a atender a quienes reclaman la supresión de este tipo de festejo. Con excepción de Sincelejo, que lleva ya dos años sin celebrar las famosas corridas del 20 de enero por decisión de su alcalde, ningún mandatario en la región ha osado oponerse a la fiesta.

Para la afición, las corralejas constituyen un ritual. Los toros son preparados en las ganaderías de poderosos hacendados de la región. Hay un ejército de toreros empíricos para quienes este es no solo un ejercicio de destreza, sino fuente de recursos para ellos y sus familias. La multitud que anima desde las tarimas es parte esencial del espectáculo. Las empresas de licores suelen dar generosos patrocinios a un evento en que obtienen pingües beneficios, mientras que las alcaldías locales garantizan los permisos y las medidas de seguridad.

Los argumentos contra las corralejas, a su vez, no son nada desdeñables. Año tras año, el espectáculo de toros cruelmente lanceados, así como de espontáneos heridos, e incluso muertos, durante su hostigamiento a la bestia, laceran la sensibilidad no solo de los círculos animalistas, sino también de numerosos ciudadanos para los cuales esta clase de celebraciones, por muy tradicionales que sean, riñen con la elevación cultural de la sociedad.

Lo sucedido en Turbaco vuelve a poner, pues, las corralejas en el centro del debate. Hasta el ministro de Justicia, Yesid Reyes, ha anunciado una investigación penal contra los responsables. El alcalde de Turbaco por su parte, ha presentado el incidente como un hecho anecdótico. Por supuesto, no compartió la recomendación del gobernador encargado de Bolívar de suspender la fiesta, que concluyó este domingo. Dijo que una decisión semejante podía generar una “asonada”, porque la corraleja “pertenece al pueblo”. Un argumento que se ve desmentido por el caso de Sincelejo, cuya corraleja, la más famosa de Colombia, se encuentra suspendida sin que se haya producido hasta el momento una sublevación popular.

Queda abierta, entonces, la discusión. ¿Deben prohibirse estos festejos? ¿O cambiarse su naturaleza? ¿O dejar que sigan funcionando como hasta ahora, con los excesos que año tras año se producen? Las autoridades tienen la palabra. A ellas les compete la facultad de decidir qué es lo que más conviene a la sociedad. Y sería aconsejable que, en este debate, los defensores de las corralejas tengan un argumento más sólido que invocar la tradición, pues muchas tradiciones han desaparecido de la historia porque, lisa y llanamente, dejaron de ser compatibles con la evolución de la sociedad.