La osadía de un estadista
Obama ha asumido dos riesgos: enfrentarse a un sector influyente de la derecha de EEUU y meterse en una aventura de imprevisible desenlace. En su favor juega que la vieja política de su país hacia Cuba ha fracasado.
Barack Obama cumplió su promesa y ayer se convirtió en el primer presidente de EEUU que visita a Cuba en 88 años. A riesgo de incurrir en el lugar común, se trata de un acontecimiento histórico que, sin duda, tendrá consecuencias en las relaciones históricamente complejas del país más poderoso del mundo con América Latina.
Para dar ese paso, Obama ha asumido al menos dos grandes riesgos. El primero, enfrentarse a un sector influyente de la derecha estadounidense, aliado del exilio cubano más beligerante, que no ha cesado de criticarlo por su estrategia de normalización de relaciones con el régimen castrista.
El segundo, no menor, es haberse metido de cabeza en una aventura diplomática de imprevisible desenlace.
En el proceso que lo ha llevado a pisar suelo cubano, Obama ha partido de una premisa indiscutible: la política que ha aplicado EEUU en Cuba desde la revolución comunista de 1959, que ha incluido el uso de fuerza e intentos permanentes de desestabilización, ha sido un fracaso rotundo. Más aún: la mayoría de los analistas coinciden en que dicha estrategia lo único que ha conseguido es fortalecer y enrocar al régimen castrista, al permitirle desarrollar durante casi seis décadas un eficaz discurso victimista que ha tenido eco en buena parte de la población.
Algunas cosas están cambiando en Cuba. El régimen ha adoptado medidas para facilitar el contacto de los exiliados con sus familiares en la isla. Existe una apertura –muy incipiente, sin duda– para el desarrollo de actividades económicas privadas. Internet está permitiendo que algunas voces críticas se hagan sentir tanto en el interior del país como en el extranjero.
Sin embargo, las cosas van a un ritmo demasiado lento para quienes reclaman una apertura política y económica definitiva. La dictadura tiene sus tiempos, que no son los mismos que los de Obama. Pero este confía en que la generación que asuma el poder cuando Raúl Castro se marche –ha anunciado que lo hará en 2018– acelerará los cambios en la isla. Y el presidente de EEUU está convencido de que su visita a La Habana, junto a la normalización progresiva de las relaciones bilaterales, contribuirá a ese tránsito de Cuba hacia la democracia y la libre empresa.
Y es previsible que también tenga consecuencias en el proceso de paz que desarrollan el gobierno de Santos y las Farc en La Habana, en el que Cuba ejerce como país garante. Precisamente, el secretario de Estado de EEUU, John Kerry, se reunirá hoy, en el marco de la visita, con ambas delegaciones negociadoras. Todo indica que la paz colombiana no se firmará este miércoles, como habían anunciado las partes; pero es evidente que también forma parte de la política de Obama en América Latina
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