Emilio Ontiveros / Economista español
Uno de los motivos de ansiedad que se añade a los que caracterizan el inicio de esa nueva fase de la dinámica de globalización es el impacto de la digitalización creciente sobre el empleo: la sustitución de personas por máquinas y robots y la correspondiente presión a la baja sobre los salarios.
Las máquinas siempre han infundido temor en los segmentos de trabajadores más vulnerables. Desde el inicio de la industrialización, el progreso tecnológico ha generado desconfianza entre muchas personas, primero por la eventual usurpación de funciones laborales, y también por el temor, no siempre fundado, a una eventual pérdida de autonomía, incluso de libertades personales.
El informe del Banco Mundial (2019), sobre la naturaleza cambiante del trabajo, recoge la anécdota de la reacción de la reina Isabel I de Inglaterra, cuando en 1589 el clérigo William Lee solicitó una patente real para una máquina tejedora, alarmada por la posibilidad de arruinar a gran parte de sus súbditos.
No muy distinta, aunque menos comprensible aún, fue la reacción de algunos gobernantes durante la dinastía Qing, ya en los años ochenta del siglo XIX, contrarios a la construcción del ferrocarril en China argumentando que la pérdida de puestos de trabajo de los que portaban los equipajes podría conducir a la agitación social.
Con todo, el caso más invocado sobre las resistencias al progreso tecnológico es el del movimiento de los 'luditas' que emergió en la Inglaterra de principios del siglo XIX, como reacción a las consecuencias de la Revolución Industrial.