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Luna, llena de ciclismo

Comenzó en el patinaje y, desde 2018, cuando logró su primer podio en el ciclismo de pista, Luna Álvarez apunta a la élite. Alcanzó dos quintos lugares en las finales del keirin y velocidad en el Mundial de Tel Aviv, Israel, en agosto pasado.

Raymond Álvarez se dio cuenta que ese espíritu competitivo de su hija Luna, de 12 años, no podía desaprovecharse. Lo intentó en el patinaje, pero dolencias musculares en rodillas la sacaron; pasó a la natación y no la convenció, a pesar que aprendió a dar brazadas y a perder el miedo a las piscinas profundas; preguntó por el rugby en un área del bulevar Buenavista y le dijeron que no había categorías menores.    

“Luna tiene que cambiar de deporte. Le voy a comprar una bicicleta”, dijo.

Las escuelas de formación de Patinaje de la Alcaldía de Barranquilla, en 2008, habían alineado la responsabilidad y la disciplina, valores que identificó Alan Alí Mercado, licenciado en Educación Física.

Hubo tardes en que Raymond y Luna hacían carreras para llegar a las prácticas del patinaje. Él llegaba a recibirla en la puerta del colegio la Sagrada Sabiduría en El Parque, Soledad, donde estudió hasta décimo grado, cambiarse los uniformes y salir en un bus hacia los entrenamientos.

“El programa de la escuela de formación era gratuito, pero había un alto compromiso, y Luna era una niña muy activa, diferente y con una chispa. Tenía una ‘tablet’ en la que observaba videos sobre el patinaje, y los aplicaba. A mí me sorprendía eso. Si hubiera seguido en el patinaje estaría en la Selección Colombia”, recuerda Alan Mercado.

Por el patinaje llegó al club Mario Durán en el patinódromo de Bosque del Norte y donde entrenó con Kiara Vásquez, hoy la primera patinadora de Barranquilla en llegar a una Selección Colombia.

Mientras el papá de Raymond mantuvo la costumbre de consumir eventos deportivos por TV en su casa en el barrio El Parque, de Soledad, su hijo se asomó a la puerta de la casa y vio pasar a los niños Montes con su mamá. Son vecinos de los Álvarez y van montados en sus bicicletas, tienen uniformes y cascos de protección como los que usó Luna en el club Mario Durán.

“No quiero sorprenderla comprándole la bicicleta”, analiza Raymond. “Le voy a hablar del ciclismo. Me acuerdo que un día fui con mi papá a ver un evento”.

Unos días después, aprovechó que en su vehículo pasaron por el velódromo Rafael Vásquez, por la Circunvalar, y Raymond se lo señaló.

–Luna, vamos a entrenar ciclismo.

–Papá, yo no sé manejar.

–Ahí en el velódromo practican.

En casa, la serie de anime Yowamuchi Pedal, sobre ciclismo y superación, aguijoneó a Luna. Le rebajó eso que su papá dice de su hija: desde pequeña parecía una “mica”. Inquieta y saltadora, y la puso arriba de un caballito de acero.

–Luna vamos al velódromo.

–Hoy no. Mañana.

El día llegó y en el velódromo conocieron del programa ‘Ciclismo al Parque’. Luna asistía tres días a la semana y aprendió a dar sus primeros pedalazos y ganar equilibrio. Hader Montes, presidente de la Liga de Ciclismo del Atlántico y padre de los niños vecinos, le dice a Raymond:

–Veo a tu hija y está bien entrenando. Tiene forma deportiva. Déjala.

Mientras Luna Álvarez daba una vuelta, se caía, se levantaba, subía y con otro giro a la pista, volvía a tocar el piso y se levantaba, el entrenador Ricardo Moreno también le puso los ojos. Su interés estaba en consolidar unos párvulos en el que solo había una niña, Marianis Salazar.

Con el final del programa ‘Ciclismo al Parque’, Raymond puso a su hija en manos de Ricardo Moreno.

Kiara Vásquez y Luna Álvarez en el club de patinaje de Mario Durán. Cortesía
El 21 y el cambio

En uno de los tres cuartos del segundo piso de la vivienda del barrio Altos los Robles, en Soledad, donde los Álvarez viven ahora, solo la cama de Luna ocupa la mitad de un área total 1, 90 metros de largo por 1,70 de ancho. Allí la ciclista pasa los momentos de descanso después de madrugar a recorrer kilómetros o regresar de una sesión en entrenamiento en el velódromo, y las horas para sus estudios de Administración de Empresa por Internet.

En la habitación,las medallas y trofeos no tienen ese altar íntimo de los deportistas. Llibeth Bula, su mamá, dice que su hija mayor es muy dedicada, que es buena para los números. Ordenada. “Su vida transcurra en ese cuarto, y es preparándose psicológicamente y físicamente en todo”.

En frente, al piecero de la cama, está un espejo y mueble de color plateado de 1,50 metros de altura, que corona un par de zapatillas rosadas para montar bicicletas, unos tenis y dos muñecos de lana junto a otro maletín de corredera, y en el ángulo del marco el número 21, el asignado en el Proyecto Avanzado de Desarrollo (PAD) Talentos Colombia en diciembre de 2020, y que ha disparado a Luna Álvarez. “En el PAD había 400 ciclistas, quedaron los 45 mejores, y sentí que todo comenzó a cambiar. Me di cuenta que podía ganarle a todas las chicas de mi categoría. Así suene egoísta, en el deporte se gana o se pierde. Y así fue. Por eso guardo el 21”.

Ricardo Moreno es padre en el ciclismo de Marianis Salazar y de Luna Álvarez, y admite que entre ellas no hay comparación. A Marianis la guió en juvenil y la preparó para la élite. Y a Luna le cambió la técnica que traía del patinaje para llevarla a marcas en los 200 metros lanzados que impresionan. El año pasado, con 11 segundos 317 centésimas en Bogotá, mejoró el récord juvenil de Martha Bayona de 2013 (11”470), en Aguascalientes, México.

 Y en su primer mundial juvenil en agosto pasado, en Tel Aviv, Israel, con la experiencia internacional en junio pasado, hizo 11.349, la segunda mejor clasificación en los 200 metros.

Este año ha ganado 11 pruebas individuales juveniles en campeonatos en Cali, Medellín y Bogotá. Y ganó el keirin en Dudenhofen, Alemania. 

Antes de ir a Israel, detrás del dorsal 21, escribió una meta: campeona mundial  juvenil del keirin. Estuvo cerca del podio pasando dos mangas de eliminación y fue quinta, posición que también logró en la final de los 200 metros lanzados.

Luna aprendió una lección, y a su regreso se lo subrayó Ricardo Moreno: “Todas las cámaras te apuntaban. Te veían como la favorita. Tenías buenos tiempos ”.

A Luna se le quiebra la voz en la sala de su casa. Reconoce que es llorona y sensible hasta para soltar una lágrima por un perro echado en la calle y abandonado.

–Siento que lo que me pasó tenía que pasar. Decía que no me toque un primer lugar. Lo hablé con el seleccionador de Colombia, Jhon Jaime González, y con Ricardo. La próxima vez me tengo que lanzar, y si me ganan, que lo hagan pasándome. De eso he aprendido con Ricardo, que me bajo perdiendo y me diré lo intentaré una vez más.

Lilibeth Bula y Raymond Álvarez han pasado página. Ahora dicen que  están comprometidos para preparar el paso de Luna a la élite y encontrar un patrocinador para comprar una bicicleta de nueva generación. Con la que corrió el Mundial era de Ricardo Moreno cuando éste fue ciclista a principio de este siglo.

“Martín Restrepo, propietario de una empresa de créditos y libranza, ha apoyado la carrera de mi hija, pero el cambio de bicicleta es necesario”, dice Lilibeth.

Fuera de las pistas y en su habitación, Luna apunta a un nuevo momento. Luna nueva en ciclismo y prefiere la argumentación; escribir. Le gusta los ensayos. En la pandemia la escritura le ayudó a canalizar algunas emociones. “Ya escribí que tengo que ser campeona en élite del keirin”.

 

Lilibeth y Raymond, padres de Luna Álvarez en el velódromo Rafael Vásquez en Barranquilla, donde se ha hecho como ciclista de pista. Johnny Olivares
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