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Hace 40 años Helmut Bellingrodt Wolf lloró en el podio. Sí, una explosión emocional que no tenía por qué aguantar. Los ojos se le aguaron cuando sonó el himno de Colombia en el polígono de Múnich, Alemania.

Hoy, hace cuatro décadas, Colombia ganaba por primera vez una medalla en unos Juegos Olímpicos. Fue una presea de plata. Aunque el día del triunfo cayó viernes.

Helmut esta hazaña la repitió en la versión de 1984, cuando este certamen se realizó en Los Ángeles, Estados Unidos, también en blanco móvil.

De ascendencia alemana, su padre lo inició en el ejercicio del tiro al jabalí a los 10 años, cuando participó en su primer torneo nacional y ganó su primera medalla. En el campeonato mundial en Suiza, 1974, estableció marca mundial con 572 puntos, lo que le significó, además, la medalla de oro.

Un año después, en la versión correspondiente a Múnich, obtuvo la de plata. En 1978, en el torneo mundial disputado en Corea finalizó en la tercera posición. Campeón de los Juegos Bolivarianos desarrollados en Barquisimeto, Venezuela, en 1981, Bellingrodt ganó en cinco oportunidades el afamado torneo internacional Benito Juárez, en México, y en dos, el Campeonato de Las Américas. Fue declarado Deportista del año en 1974 y en 1984.

Sin embargo, pese a sus éxitos, no siempre recibió la oportuna ayuda económica para la práctica de su deporte, lo que le restó mayores oportunidades de triunfo. Su nombre forma parte de la galería de famosos en el deporte colombiano gracias a esas dos medallas de plata, un hito en la participación olímpica nacional.

Helmut tenía 23 años de edad cuando puso el nombre de nuestro país en un podio de las máximas justas del deporte en el planeta tierra. Hoy es padre de 4 hijos.

Él, quien fuera cónsul en Caracas, Santo Domingo, Aruba, y en la actualidad en La Habana, Cuba, nos relató lo que significó esa medalla de plata en la tierra de sus antepasados, Alemania, cuando cumplió 30 años de la conquista. Justas que fueron manchadas por un acto terrotista. “Los días previos a la competencia Édgar Perea, ese extraordinario narrador deportivo, me acompañó a todos los entrenamientos oficiales previstos por la organización. Él iba a la Villa Olímpica con mi hermano Hanspeter y de ahí partíamos hacia el polígono. Ellos siguieron de cerca todos los pormenores de mis prácticas, como la de los contrincantes. De acuerdo a lo observado, concluyeron que había una gran posibilidad de regresar con alguna medalla, y se sustentaban por los guarismos alcanzados por mí y por mis rivales”. Llegó el día de la competencia, en esa época se disparaba en tres días, a saber: 20 en velocidad lenta, el primero; 20 en velocidad rápida, el segundo y 10 lentos y 10 rápidos, el último día.

“A pesar del frío que hacía al entrar por primera vez a realizar los primeros 10 tiros en velocidad lenta, llegué confiado. Recordé a Ernesto, mi padre. Me inculcó que no olvidara que era el mejor, para darme confianza a mí mismo. Era el mejor ejercicio mental que hacía. Al comenzar la serie me sentí con confianza, teniendo la certeza de que me iba a ir muy bien en toda la competencia. Terminé con 97 sobre 100 puntos posibles. En la segunda tirada de 10 lentos, el mismo día, acumulé 94, para un total de 191, y me situaba en el cuarto puesto en la general”.

“El segundo día lo inicié con un 92 en mi primera serie rápida, y después un 93 para un total, ese día, de 185 y un parcial general de 376, y ahí subí a tercer lugar. Y para el último día empecé con un 95 en los 10 tiros lentos. A partir de entonces no supe en qué posición me encontraba, no me dejaban ver los tableros ni hablar con nadie. Aunque sabía que estaba entre los tres primeros lugares, pero no cuántos puntos me separaban con los otros competidores.

Al entrar a disparar la última serie de competencia (10 tiros rápidos) sabía que de mi confianza y concentración dependía la medalla, que en ese momento no conocía de que qué metal era, pero sí estaba seguro que una buena serie me significaba subir al podio. Para los dos últimos disparos, después de los ocho primeros, pareciera que se me salía el alma del cuerpo, porque me di cuenta que estaba disparando muy bien, y sólo faltaban dos tiros para mi culminación exitosa. Esos dos disparos, que realmente sólo demoran aproximadamente entre 40 y 60 segundos, para mí fue toda una eternidad, hasta el momento que realicé el último disparo y de inmediato se escuchó el grito de Édgar Perea, quien dijo: ¡viva Barranquilla!, hasta el punto que le solicitaron que se saliera del recinto, porque aún no había terminado la competencia. En ese momento tenía la seguridad que había logrado una medalla, pero no sabía a ciencia cierta de qué. Inmediatamente sentí un gran alivio al saber que había cumplido con los pronósticos. Y lloré cuando el también barranquillero Julio Gerlein Comelín, me colgaba la medalla de plata y sonaba el himno de mi patria querida”. Todo eso sucedió hace 40 años, a las seis de la mañana.

Por William Vargas Lleras
Editor Regionales