El Heraldo
Cultura

Ramón Illán Bacca, las huellas de un caminante

El pasado 17 de enero falleció el autor de Deborah Kruel. Lo recordamos con una semblanza y las voces de tres autores a quienes influenció.

Ramón Illán Bacca comenzaba a veces sus columnas con una pregunta que alguien le hizo. ¿Cómo se escribe un cuento o una novela?, por ejemplo. A partir de entonces se desplegaba, generosa y sin reticencias, su voz: datos, anécdotas, digresiones, reflexiones, contexto, experiencias propias. Y lecturas, muchas lecturas, como las rarezas literarias y los clásicos que citaba o recomendaba desde sus diferentes tribunas: la prensa escrita o la mesa del café, el salón de clases o la vereda pública, el andén que era su plaza o que demostraba que él no necesitaba una y que con caminar, con moverse a pasos cortos le bastaba.

De pocos autores puede decirse que crearon un pequeño reino de admiradores en pasillos universitarios y en las calles, en los estantes de bibliotecas públicas y librerías de viejo. Un reino, sí, de pocas cabezas, angosto, mas no estrecho: “Poco público, pero muy selecto”, como decía, halagando a su audiencia. 

En Bogotá o Barranquilla pueden encontrarse a diez mil pesos los ejemplares de ediciones viejas de sus novelas. Él mismo una vez se enfrentó en los ‘agáchate y cógelo’ de la San Nicolás a un ejemplar suyo de Deborah Kruel (1990); señalándola, dijo que ahí estaba “una novela de un gran autor”. Un cliente indiferente le respondió que tenía un error ortográfico en el título.

Escritores barranquilleros o residentes en la ciudad como Fabián Buelvas, John Better, Juliana Enciso y un número indeterminado (selecto) de estudiantes, reconocen en Bacca la importancia de su magisterio, que él tornaba  acogedor por la amistad y el ingenio. Una vez, antes de tomar su apetecida sopa del sol en Crepes & Waffles, una escritora le preguntó cómo podía recomendar un libro sin terminar de leerlo: “No hay que comerse la manzana entera para saber si está buena”, dijo. Pero otras veces, como en una entrevista, podía decir: “Yo no quiero recomendar nada a nadie, nunca. Que cada cual se busque a sí mismo y se encuentre, si es que lo logra. Me he equivocado tantas veces que me niego a hacerlo”.

En las calles podían saludarlo desde una buseta al cruzar la  72, o cuando entraba en la Librería Nacional, donde los libreros le guardaban sus revistas favoritas. En Casa Jharikanda, el restaurante donde almorzaba, era abordado con emoción por buena parte de la clientela. Rara vez quedaba en blanco preguntándose quién se le acercó. En algunos casos los invitaba a su mesa o quedaban para un siguiente encuentro.

Bacca se interesó en las publicaciones académicas, pero también en la prensa escrita, amante como era de los periódicos y de las revistas. De ellos, de las conversaciones con los contertulios, del lenguaje oral (con sus chismes y salidas estrambóticas) y del cuestionamiento de la historia oficial tomaba buena parte del material de sus notas periodísticas y ficciones. La suya, por eso, fue y es una mirada a contrapelo de los hechos. Lo que vio e imaginó lo incorporó con gracia y humor a su conversación oral o a esa conversación escrita que eran muchos de sus textos.

Desde su primer volumen de cuentos, Marihuana para Goering (1980), al que fue adicionándole nuevas piezas acogidas cada cierto tiempo en títulos y editoriales distintas, pasando por las novelas Deborah Kruel, Maracas en la ópera (1999), Disfrázate como quieras (2002), La mujer barbuda (2011), hasta los textos periodísticos Escribir en Barranquilla (2013) y Crónicas casi históricas (2007), amén de todavía incontadas columnas, los lectores pueden apreciar la obra de un autor que escribió desde la conciencia de ser “minoritario” y “marginal”. Esto, precisamente porque le pesó, lo explotó hasta convertirlo en parte de su singularidad y su fuerza como autor.

Ramón Illán Bacca camina en el Puerto de Veracruz, México, a finales de 1983.

Un autor cercano

Ramón Illán Bacca Linares (1938) se puso el “Illán” cuando trabajaba en el Diario del Caribe y se dio cuenta de que tenía muchos homónimos en Barranquilla. Quería un nombre sin tocayos y lo encontró en El conde de Lucanor a don Illán, el mago de Toledo. Ese sería su nombre literario, el que lo distinguiría de los ramones y los baccas del mundo.

 El escritor John Templanza Better lo conoció en 1997 en el Teatro Amira de la Rosa durante un recital de poesía de un escritor mexicano. “En esa velada charlamos. Le interesó el hecho de que yo escribiera poesía siendo tan joven, en ese entonces. A los pocos días estaba en la cafetería de la universidad, hipnotizado con todas las historias que  solía tener. Era un anecdotario impresionante. Él mismo me obsequió una copia de Deborah Kruel y de Señora Tentación, una edición con sus cuentos”.

El autor barranquillero añade que hasta el día de su muerte Ramón “fue uno de los escritores más jóvenes del Caribe colombiano. Su prosa y estilo nunca decayeron, estuvieron llenos de una fuerza y una gracia permanente. Siempre repito eso, que es y será uno de los autores más jóvenes de nuestra literatura”.

Acerca de lo poco leído que Ramón se sentía, dice que es un hecho habitual en las letras colombianas. “Hasta los que uno cree que son los más leídos, si uno hace cuenta de cuántos los leen son muy pocos”, dice.  “La literatura es y será, en un país como este, un gusto adquirido. Cada quien elige lo que cree que debe leer, lo que siente que debe leer. En eso influye el apoyo que los autores reciben de las editoriales”, añade y recuerda que Bacca publicó en “las más pequeñas y las más grandes”.  

Por su parte, el escritor Fabián Buelvas lo conoció en 2004 cuando estudiaba psicología. Lo primero que supo fue que él era profesor de literatura. Dice que en sus clases no había “nada de diapositivas complejas, mapas conceptuales o ayudas audiovisuales: era él con su palabra y los estudiantes escuchando. Un par de años después comencé a leer sus columnas y su primera novela: Deborah Kruel. A mis 20 años, ese libro no se parecía a nada de lo poco que había leído antes. Era divertido, extraño en su escritura y me hablaba de lugares de Barranquilla y el Caribe que yo creía conocer, pero que con él adquirían otra relevancia, una especie de verdad que hasta ese momento se me revelaba”.

De sus conversaciones con Bacca le “quedaron varias ideas” que recuerda de seguido, “una de ellas es que la literatura es una vocación y que, por más que quieras sacarle el cuerpo, te termina alcanzando. Y que cualquier correlación que se haga de la literatura con la fama, el dinero, el éxito o como quieran llamarlo, es espuria. Lo otro es la curiosidad: Ramón lo leía todo, con el mismo ánimo, desde la obra más mentada hasta algún cuento extraviado en una revista de pueblo. Ese hábito, que hoy por hoy es una virtud, lo convertía en alguien cercano a sus lectores”.

La poeta y ensayista Juliana Enciso también fue amiga y lectora del escritor. “Ramón escribía lo que escribía por goce, no por moda o tendencia. Me quedo con su osadía para escribir sin importar que parezca día a día una vocación al fracaso. Más que su estoicismo, me quedo con su actitud muy epicúrea frente a la apuesta de la literatura como vida. De ahí su dicho que había tenido más vida de escritor que lo que había escrito. Con esa vitalidad me quedo”, resalta.

Enciso tiene preparada una conferencia sobre el orientalismo en la obra de Bacca que se refleja en cuentos como Cómo llegar a ser japonés o en columnas como Japoneserías. La conferencia será presentada virtualmente y en inglés. “A Ramón siempre le causaba alegría pensar que iba a escribir algo académico sobre su trabajo para una audiencia internacional. Y eso que académicos internacionales desde la década del noventa ya hablan de su trabajo”, comenta Enciso, que también fue profesora de Uninorte.

“Ramón nos enseñó a apostarle a la literatura por goce, a no volvernos sujetos serios e insufribles por el castigo de la literatura. Él se lleva lo último de un mundo que era muy querido por mí: el de los intelectuales nacidos a finales de los treinta; la chinería y la literatura de Kawabata; los boleros, el cine de la época dorada mexicana, las divas a blanco y negro como Rita Hayword y Joanne Crafford, Marlene Dietrich y los ‘libros de viejo’, como solíamos llamarlos”, agrega Enciso.

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