Un niño traído a Colombia en una tula desde la guerra de Corea en los años 50. La premisa parece sacada de un guion de una comedia absurda de las que estamos acostumbrados a ver en cines o de un drama sacado de la imaginación de un buen guionista o novelista. Pero no. Parece, pero no. La historia es real, sucedió y fue el secreto mejor guardado del Batallón Colombia que apoyó en Asia.
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En pleno conflicto, a comienzos de 1950, Colombia envió a un grupo de soldados a combatir en lo que terminaría siendo un territorio dividido en dos y el primer escenario bélico de la Guerra Fría. En medio de ese caos, un militar colombiano con fama de “matón y loco” ocultó a un niño entre una tula y lo trajo escondido al país, en lo que llamó “La operación tula”.
Durante muchos años no se supo esta historia, pero el abogado y periodista bogotano Andrés Sanín la desenmaraña en su más reciente libro El niño de la tula.
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“Yo descubrí la historia en una entrevista que le hicieron al sargento Gilberto Velasco, en el periódico El Tiempo, cuando publicó unas fotos que tenía guardadas en el sótano de su casa, que tomó durante la guerra. Él, como de carambola, hablaba de este niño que se trajeron en una Tula. Y el periodista no le preguntó mucho más y siguió de largo. Yo cuando leí eso, como que me quedé ahí un buen momento, me generó como una sorpresa enorme. Fui después a entrevistarlo, le pregunté, al final de la entrevista, ya después de hablar de sus fotos y de su paso por la guerra, que si el niño había existido y me dijo que sí que entre todos lo cuidaban y lo abanicaba con las gorras”, dice el escritor a EL HERALDO.

Un viaje al pasado
Ese fue el punto de partida para iniciar un viaje hacia el pasado y las heridas de la guerra. No solo las que tuvo que haber sufrido un indefenso niño sacado de su entorno por militares, sino de los traumas del conflicto que irremediablemente acechan a los combatientes.
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Así se acercó hasta la Asociación Colombiana de Veteranos de la Guerra de Corea, Ascove, que guardan detalladamente los registros de aquellos valientes que pusieron el pecho en tan lejano continente. Allí logró encontrar a un veterano que había conocido al niño de la tula, a Carlos Arturo Gallón, como fue bautizado en el país por Aureliano Gallón, ese que logró traerlo.
“La reconstrucción de todo lo que ocurrió en el pasado es difícil porque está mediada por la desmemoria de los soldados que ya están muy mayores, por el tiempo, por los traumas de la guerra y la psicosis que a veces los lleva a ellos a no saber qué es incierto de lo que percibieron y qué es realidad”.
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Partiendo de esa base logró, gracias a los veteranos encontrar el lugar donde vivía Carlos Arturo Gallón. Sin embargo llegó varios años tarde, el niño de la tula había muerto en 2013. Allí solo se encontraba Yunc Gallón, uno de sus dos hijos, a través de quienes se cuenta la historia de este niño, convertido en hombre retraído, quizá por quedar en ese limbo de no ser colombiano y no ser coreano.
“Opté finalmente por el relato periodístico puro y duro. Y traté de ser muy sincero en los límites que yo tenía también como periodista en reconstruir la historia. Esto es lo que sé, esto es lo que no sé, esto fue lo que pude confirmar, estas son las contradicciones que encuentro”.
El libro cuenta distintos momentos de la vida de Carlos Gallón como su regreso a Corea a reencontrarse con su familia o los momentos difíciles que atravesó cuando se conoció su historia y se hizo “famoso”, entre otros.
