Por las calles polvorientas de Palermo, un corregimiento que parece flotar sobre la Ciénaga Grande frente a Barranquilla, se siente el olor a humo cada vez que la bruma densa de las quemas ilegales en la Isla Salamanca se alza con el viento. Son días en que el aire se vuelve pesado, en que los pulmones arden y el cielo se tiñe de gris. Sin embargo, en medio de ese panorama, dos mujeres caminan cargando árboles jóvenes y bolsas con tierra fértil, sembrando esperanza donde el fuego insiste en arrebatarla.
Olga Rangel y Margarita Estrada llegaron a Palermo en 2002, huyendo del conflicto armado. Lo que parecía el final de todo, se convirtió para ellas en el inicio de un propósito: luchar por su comunidad y por el ambiente que las acoge.

“Cuando llegamos, no había ni luz, ni agua, ni calles”, recuerda Olga mientras revisa el tallo de un árbol que plantaron hace semanas. Para subsistir, Margarita comenzó a reciclar en las calles de Barranquilla, mientras Olga caminaba kilómetros para llevar alimentos y productos básicos a su hogar. La necesidad les enseñó a resistir y, poco a poco, a soñar con algo más que sobrevivir.
De esos sueños nació Ecopalermo, el centro de acopio de residuos que fundaron junto a otras mujeres y líderes comunitarios. Allí clasifican botellas, cartón, plásticos y residuos orgánicos que antes se acumulaban en esquinas polvorientas o terminaban en el agua que rodea al corregimiento. En ese espacio se empezó a gestar un cambio silencioso, uno que no solo limpia el ambiente, sino que educa, genera ingresos y cultiva conciencia en las familias recicladoras.

“Queremos que los niños crezcan entendiendo que cuidar el ambiente es cuidarse a sí mismos”, dice Margarita mientras observa a un grupo de pequeños que corren tras un balón en la cancha de fútbol donde se realizó una de sus más recientes jornadas de siembra y recolección.
Una semilla frente al fuego
A pocos kilómetros de allí, al otro lado del río Magdalena, el Parque Isla Salamanca se quema de forma ilegal cada temporada, llenando de cenizas el aire de Barranquilla y sus municipios vecinos. Palermo respira ese mismo humo, pero mientras las llamas consumen hectáreas de manglar y bosque seco, Olga y Margarita caminan con palas, semillas y tierra negra para contrarrestar con verde lo que otros convierten en gris.

“No solo sembramos árboles, estamos sembrando esperanza”, explica Olga, mientras clava con fuerza la pala en la tierra dura de la cancha. Ese día, con el apoyo de la Fundación Buenamar y empresas del sector portuario que operan en la zona, plantaron especies como gusanillo, hobo, acacia, roble morado y almendro. Pequeños retoños de 150 centímetros que, en sus primeros años, podrán absorber de 5 a 10 kilos de CO₂ cada uno, refrescando el aire que las quemas insisten en contaminar.

Margarita y Olga enseñaron a 50 niños a “apadrinar” cada árbol, cuidarlos, regarlos y protegerlos, para que el verde se mantenga en pie y en unos años brinde sombra a la cancha donde juegan fútbol y espacio para actividades comunitarias al aire libre. “Les explicamos que los árboles son como pulmones, que nos ayudan a respirar mejor y a mantener viva la tierra”, cuenta Margarita con una sonrisa, mientras uno de los niños le pregunta si puede regar su árbol todos los días.

Mujeres que siembran futuro
Lo que comenzó como una necesidad para sobrevivir, se transformó en un proyecto de vida y en un ejemplo para otras comunidades ribereñas. Olga y Margarita terminaron el bachillerato, se formaron como técnicas en Gestión Ambiental y se convirtieron en voceras de procesos de cuidado ambiental, salud pública y sostenibilidad. Son mujeres que inspiran, que convierten la basura en sustento, los residuos en educación y las semillas en futuro.
Su liderazgo es una llama que no destruye, sino que ilumina, que se enciende en cada jornada de recolección de residuos, en cada árbol sembrado, en cada charla donde explican la importancia de mantener limpios los espacios comunes y en cada niño que se detiene a recoger un plástico del suelo porque aprendió que “cuidar la tierra es cuidarse a sí mismo”.

Frente a las quemas ilegales que oscurecen el aire de Barranquilla, ellas siembran árboles. Frente al humo, siembran verde. Frente a la desesperanza, siembran comunidad. Y aunque a veces el fuego arde cerca, en Palermo, estas mujeres insisten en plantar vida, convencidas de que cada semilla puede florecer en un mañana donde respirar no sea un lujo, sino un derecho garantizado por las raíces que hoy ellas protegen.