La noticia nos golpeó inesperadamente; casi que a manera de una broma de amigos confianzudos, que le meten a uno un empujón entre amistoso y lisandro, cuando en la pantalla chica vimos que el estadio Atanasio Girardot (otro, como el de Cartagena, aunque hasta hace muy poco, bautizado con el nombre de un prócer que en su vida vio una pelota de fútbol) habrá eliminado las mallas que toda su vida habían separado la tribuna de sombra de la cancha de juego.
Y de inmediato el aderezo de la noticia: eso se hacía por órdenes de la Fifa, la entidad que como nunca antes, se inmiscuye en la vida nacional para dar órdenes en los estadios colombianos, como si ello le costara un penique. ¿Quién carajo es el señor Blatter o el subalterno fifero para dar órdenes en Colombia a nombre de Fifa? ¿Cómo es posible que no hubiese insurgido un alcalde que le hubiera parado el trote a los gamonales de Fifa en asuntos que no son de su resorte?
Bien, soltemos esa bolita, que no es de uñita, sino de candela, para señalar que en los viejos tiempos en muchos países europeos tampoco había vallas con esa finalidad. Los estadios ingleses fueron los últimos que tuvieron que entrar 'por la vela de sebo' de levantar altas mallas, porque los hooligans, ¡aquella plaga maldita que tantos dolores de cabeza causó en Europa!, hasta que finalmente tuvo su 'tate quieto' por parte de nuevas y resueltas autoridades, tenían amedrentados a los asistentes de todos los estadios del viejo continente.
Como este tozudo y en veces impertinente calificador de hechos deportivos, entre más viejos más propios de lo nuestro, como más desconocido de los demás, vamos a sorprender a más de cuatro desmemoriados que ya van quedando muy pocos como a millones que ni por edad ni noticias tienen de eso, el estadio Romelio Martínez fue construido sin mallas entre las gradas de sombra y el campo de juego. ¡Que salte alguien a la palestra y diga que estamos mintiendo!
Por eso el público asistente a los partidos de fútbol de los Juegos Nacionales de 1934 celebraba las victorias de Atlántico en el propio terreno de juego. Por eso —ya lo hemos referido— cuando Atlántico le ganó a Magdalena el primer juego (y perdió el segundo por culpa de un Villanueva que tuvo la peor actuación arbitral vista hasta entonces) el público celebraba en la cancha el 3 a 1 contra los samarios y de las oficinas del estadio se trajo una mesa para que Romelio Martínez hablara al público y de la forma tan elocuente como lo hizo. No somos partidarios de la medida ‘paisa’ ordenada por Fifa, como si lo fuimos en los años 30, cuando el atarvanismo no había hecho irrupción en los escenarios públicos nuestros. Más concretamente, cuando Barranquilla era de los barranquilleros, convertida irrefutablemente en la ciudad más culta de Colombia, porque su cordialidad y pacifismo de entonces era una cultura de masas, no de cónclaves o conciliábulos, que para efectos es la misma vaina con diferente fistoque, como decían nuestros mayores.
Por Chelo de Castro C.




















