«Fui víctima de abuso por parte de un paramilitar cuando tenía 12 años. En esas épocas, había presencia paramilitar en la zona y se metían en las fincas. Ese día, mi mamá me mandó a buscar una libra de arroz a otra finca en la que él trabajaba. Se rumoraba que era paramilitar. Cuando iba caminando, me dijo: "Las personas como tú deberían estar muertas, dan asco y vas a morir de sida".
La persona que relata estos hechos es un joven de la Sierra Nevada de Santa Marta que compartió su historia de vida conmigo en una entrevista que le realicé hace unos meses y que muestra por qué es importante, ahora y siempre, apoyar la reivindicación de las libertades de la comunidad LGTBIQ+.
El día del Orgullo LGTBIQ+, las marchas que se convocan en las principales ciudades del mundo y el uso de la bandera arcoíris son reivindicaciones simbólicas tanto justas como necesarias en una sociedad donde las personas de orientación e identidad sexual diversa han sido perseguidas, violentadas y discriminadas históricamente. La homofobia, la transfobia y la bifobia siguen siendo una realidad injusta que, además de atentar contra la dignidad humana, se traduce en violencia física, verbal y económica todos los días. Es inaudito que en pleno siglo XXI existan visiones que pretendan menoscabar los derechos de las personas LGTBQ+, como también otras que desconozcan la importancia de esta lucha que no es nueva y que ha llevado consigo ingentes esfuerzos colectivos.
Para la muestra, esta semana cuando la presidencia de la República enarboló la bandera gay en la Casa de Nariño y publicó un diseño del escudo nacional con una variación de colores en honor a esta causa, salieron a relucir todas las fobias y prejuicios que se esconden detrás de una falsa concepción de las creencias religiosas. Tal es el nivel de inconsciencia social que estas personas se preocuparon más porque le cambiaron los colores al escudo nacional que por el informe que presentó la Procuraduría, en el que se advierte que ha aumentado la violencia contra la comunidad LGTBIQ+. Entre las conductas violentas que se han presentado figuran asesinatos, amenazas de muerte, panfletos y daño en propiedad privada, entre otras. Sin embargo, parece que en Colombia tiene más relevancia procurar la solemnidad de un escudo que proteger y garantizar la vida, la libertad y la seguridad de las personas.
Para quienes creen que estas manifestaciones son meramente cuestiones de marketing e invenciones de esta generación, vale la pena que reflexionen sobre la historia de violencia sistemática y de persecución en la que por décadas han tenido que vivir las personas diversas. En Colombia, hasta 1980, ser gay era un delito y las mal llamadas terapias de conversión siguen practicándose en este país sin ninguna consecuencia legal.
Ninguna religión o credo es una excusa válida para seguir discriminando a la comunidad LGTBIQ+ y, aunque parezca que esta discusión ya estaba zanjada, la realidad es que el prejuicio injustificado sigue al orden del día en los ámbitos familiares, sociales y laborales de este país.








