“Ahá, ¿de dónde es usted?”
–Armenio, georgiano, yugoeslavo…
Muchas son las preguntas que se me dirigen. A diario. A veces son amigos los que me preguntan. Otras veces, desconocidos. A menudo alumnos y alumnas. De vez en cuando algún que otro enemigo, declarado o ‘tapao’. No contesto siempre. Sea porque no puedo, o porque no quiero. O bien porque no me parece oportuno. Las preguntas son variadísimas. Abarcan toda una gama, inmensa, de cuestiones. Desde las cosas más nimias hasta los problemas sobremanera trascendentales. Ahora bien; aunque no conteste a todas las preguntas, ninguna se me escapa. Las apunto minuciosamente todas. Y las guardo en reserva para cuando llegue el momento propicio. Voy a empezar hoy con dar respuesta a algunas preguntas, acumuladas a lo largo de varios años.
“¡Ahá!, ¿de dónde es usted?” es la pregunta que me disparan a quemarropa con mayor frecuencia. Por mera y malsana curiosidad. O por el erróneo convencimiento de que primero hay que ‘ubicar’ a las personas para poder luego deducirlo ‘todo’.
Cuando se trata de estudiantes, alumnos, educandos, contesto así: “Mire, joven, no se preocupe nunca por la nacionalidad, ni por la religión, ni por el ideario político de ningún hombre. Preocúpese únicamente de que sea un hombre de verdad. Es lo único importante”.
Cuando no se trata de educandos, ni de personas que permitan que se les trate como si fueran estudiantes, se les contesta, para satisfacer su terca insistencia, como sigue: “Por haber nacido a orillas del Bósforo, soy bizantino de nación, pero francés de educación, alemán de formación, español de vocación, catalán de corazón, canario de adoración, y ahora barranquillero de adopción y afición…” como se ve, una verdadera ensalada internacional. Ante la cual no pocos se quedan mudos, con mirada inquieta, cuando no inquisidora. Otros –y es peor– abren la boca para exclamar, triunfantes, lindezas como estas: “Ah, ya lo decía yo: usted es armenio, perdón, quiero decir georgiano, o más bien yugoeslavo, ¿verdad?” “¡Como no, lo que usted quiera, señor!” resulta ser el único punto final posible.