No deja de asombrarme cómo las cifras son quizá la única forma de acotar todo lo que el hombre es o hace. Las cifras. Por increíble que parezca sobre dos simples palabras reposan las cualidades, pertenencias, acontecimientos y costumbres propios de una población; y a pesar de ser intangibles y, en cierta forma, imprecisas, son ellas las que registran lo que sucede en la sociedad. Las cifras hablan de horrores y de amores, de pérdidas y ganancias, de miserias y derroches, de ética y corrupción, de integridad y perversión, son una especie de retrato descriptivo de los pueblos y de lo que a ellos atañe.
El terremoto de magnitud 7,8 en la escala de Richter que sacudió la costa ecuatoriana el pasado sábado arroja una cifra de víctimas de más de medio millar, y miles de desaparecidos. Las que antes fueron vidas ahora pasan a ser números. Estadísticas, recuentos, datos que pretenden evaluar la magnitud de una tragedia causada por la furia de la naturaleza, tal vez la única furia incontrolable para los seres humanos. Ya sabemos que ella hace lo que le viene en gana, que puede en pocos segundos demostrar que somos como moléculas de polvo atrapadas en la vasta trayectoria del torbellino sideral, y que, si bien sus arrebatos no tienen efecto alguno en el inequívoco devenir del universo, para los hombres son catástrofes colosales que ante el dolor y la impotencia terminan por reducirse a dramáticos guarismos.
Inevitable es comparar las cifras de tales infortunios con las alarmantes cifras que arrojan los actos aborrecibles de los hombres, y que indican que la potencia devastadora del Homo Sapiens, por bestial y constante, supera las furias naturales. Las estadísticas hablan por sí solas. Cifras van y cifras vienen en un país que, transitando la violencia, se ve forzado a denunciar la violación de los derechos de la población civil. Hay cifras para tasar desnutrición infantil, muertos por causa del conflicto armado, desapariciones forzadas, violencia de género, desplazamiento forzoso, secuestro, masacres, atentados, corrupción, maltrato infantil y asesinatos selectivos, entre otros. Las cifras son definitivas para negociar la paz y el posconflicto, la restitución de tierras, las curules y hasta la silla del escritorio presidencial, una multiplicidad de dígitos que en el caso de la violencia de género parece aumentar fatalmente. Las cifras lo dicen todo: entre 2009 y 2014 un promedio de 4 mujeres fueron asesinadas diariamente en Colombia, entretanto, en el 2015 se registraron 1.007 muertes y 16.000 denuncias de violencia sexual, según el Instituto de Medicina Legal. Verdadera atrocidad son los 38 casos de abuso sexual cometido a menores de edad de la comunidad wayuu revelados recientemente. Horror puro. Cifras que nos avergüenzan y que sumadas superan las furias naturales. Cifras que registran todo lo que el hombre es o hace.
berthicaramos@gmail.com