Creo en la Virgen María, muy pura y casta ella, con su rostro angelado, su boca rosada y sus mantos que la cubren de pies a cabeza. Es muy bonito rezarle a ella, porque una mujer abnegada y además virgen debe ser una mujer sin duda sobrenatural, celestial, fuera de este mundo de feromonas alborotadas. La Virgen es la única que vale la pena rescatar, y claro está, María Magdalena, esa que nos enseñó que esta profesión tiene raíces bíblicas, porque de resto, esos cabrones que condenan la prostitución pero pagan diezmo por un polvo con cualquiera de nosotras, irán derechito derechito al purgatorio de los infieles de doble moral. ¡No, mentiras! Menos Salvador, el ya entrado en edad, pasa todos los días y me da un besito, un beso romanticón, me cuenta en 10 o 15 minutos sus penas sin decir nombres, me paga 30 mil pesos y se va.

Se preguntarán cómo una puta sabe escribir y usar comas y tildes. Yo sé lo que creen, sé que muchos creen que no sabemos hacer otra cosa que tirar, como me dice el españolete que grita “gilipollas” cada vez que se enfurece. Ya sé que creen que nos gusta el crack y esas vainas, pero esto de ser puta es solo un trabajo, un trabajo igual al de muchos, incluso más profesional y ético. Salvador me regaló un diccionario e irónicamente lo primero que busqué fue el significado de puta, vaya que no es lo que pensaba. Puta, dice este escueto diccionario, es una “calificación denigratoria”, bien dicen que los españoles no saben hablar. Me han venido a entrevistar un par de chicas muy educaditas y formalitas, y me preguntaron ¿qué es ser trabajadora sexual? Muy bonito eso de la trabajadora, pero a mí me gusta más lo de puta. Somos putas, profesionales en nuestra materia, sabemos lo que hacemos y cursamos una carrera más dura y menos barata que eso del Derecho o la Medicina. En fin, el problema de esta sociedad es que todos quieren llamar las cosas por otro nombre.

Yo no soy de estos lares, no nací acá y soy puta porque quise, pues por dinero mejor dicho. Yo era muy bella, más bella de lo que soy ahora, en el barrio se enamoraban de mí como locos, pero en mi casa la miseria era agotadora y desgastante.

Sé que es muy cursi eso de enamorarse del cliente, a mí Mercedes me lo advirtió, me dijo que nada que ver los besos en la boca y cero sexo con el mismo hombre por más de tres días. Yo me enamoré de Pedro, el papá de mis hijos, perro empedernido que me hizo sufrir hasta abortar, aunque prefiero mejor no hablar de ese tema.

Todas las noches llego a la cuadra, me pongo mamacita y me pinto la boca, soy la más atractiva, me pagan a veces más que a las demás. Los condones los pone el cliente, siempre más paranoicos que yo, aunque quisiera a veces usar doble condón. Son casi siempre señores casados de 50 y pico de años, pocas veces son jovencitos, creo que ellos buscan otros perfiles.

Soy una mujer, es el único calificativo que merezco, y trabajo como puta sin más ni menos arandelas, mi profesión no me hace menos mujer ni menos persona, simplemente me pagan por prestar mis servicios.

Ahh mi nombre, eso sí no se lo digo a nadie.

¨*Este testimonio hace parte de un reportaje más extenso sobre la vida de las trabajadoras sexuales en Colombia.

@tatidangond