Las administraciones públicas nórdicas –tanto locales como nacionales– suelen ubicarse en lo más alto de los rankings en materia de transparencia y eficiencia a ojos de sus ciudadanos. Hay ya vasta literatura de académicos que estudian las posibles líneas causales para que eso ocurra. Los que más he leído son Carl Dahlstrom y Victor Lapuente, ambos profesores de ciencia política de la Universidad de Gotenburgo.
Finlandia, Noruega, Dinamarca y Suecia cuentan con una estabilidad institucional envidiable. Los debates que allá se daban parecían en cierta medida ajenos a la polarización excesiva que experimentamos en otras latitudes. Por supuesto hay luchas rancias de poder como en todos lados, pero digamos que las discusiones se centraban en cómo prestar mejores bienes y servicios a los ciudadanos, y no en la ya desgastada (y por momentos inútil) dicotomía entre derechas e izquierdas que no superamos, especialmente en occidente.
Por las constantes buenas noticias sobre la calidad de vida que se leen en cualquier medio de comunicación sobre estos países, el resto asumimos entonces que sus poblaciones estaban bastante complacidas con sus lideres políticos. Sin embargo, y tras varias décadas de tradición socialdemócrata, el discurso de derechas vuelve a calar y a ganar elecciones.
¿Cómo es la derecha nórdica? Esta es una pregunta muy compleja que me tomaría varias columnas responder. Pero en principio se podría señalar que se parece en sus banderas al resto. Lo llamativo es que se radicaliza y que por primera vez escuchamos con frecuencia el término “ultraderecha”; se han ido a los extremos para poder ganar elecciones y ha funcionado, al menos eso nos dan a entender los últimos resultados en Finlandia. Esto no es ni bueno ni malo en sí mismo, pero si es un pertinente objeto de análisis para quienes nos gustan estas cuestiones.
Temas como la migración o las ayudas sociales a grupos vulnerables, en los que se pensaba que las posiciones colectivas sobre esto gozaban ya de un consenso, han vuelto a ser debatidos ferozmente y con ideas que se oponen fuertemente. Las sociedades escandinavas se replantean su cultura del bienestar, esto sí que es una noticia. Hay un sector de la población que preferiría que los recursos se invirtieran de forma distinta. Petteri Orpo, político conservador finlandés, es uno de los dirigentes más visibles que encabeza esta retoma y sus estrategias están funcionando.
Como señalaba Ignacio Molina en su columna en EL PAÍS, de España, refiriéndose a Suecia, “las elecciones ya no se ganan hablando de derechos sociales, sino de la integración de los extranjeros”.