No había nacido cuando Luis Aparicio, el, hasta ahora, único venezolano en el Salón de la Fama, jugaba; a Omar Vizquel lo pude disfrutar en sus últimos años; pero tengo el privilegio y la fortuna de decir que viví en la época de José Miguel Cabrera Torres.
Todavía recuerdo los relatos del gran Humberto ‘Beto’ Perdomo, narrador venezolano ya fallecido, con los constantes batazos de Miguel. ‘El papá de los helados’, ‘el muchacho de la película’, ‘el tigre mayor’, ‘Miggy’, era su forma de decirle, aunque también afirmaba que ya no sabía cómo calificar lo que hacía dentro del terreno de juego.
El swing de Cabrera, descrito por cientos de cronistas y especialistas, no necesariamente latinos, es – digo es porque seguramente seguirá cogiendo turnos así sea en las prácticas de bateo - la perfección.
Cabrera fue de esos peloteros que hacía que los amantes del béisbol se siguieran enamorando de este deporte y que los que no lo seguían empezaran a verlo.
De la mente no se me irá – eso anhelo – momentos como el jonrón a Roger Clemens, de los Yankees, en la Serie Mundial de 2003, año donde los Marlins, con un Miguel en su año de novato, ganaron el título. O el que le dio a Mariano Rivera, también ante los neoyorquinos, en 2013, un turno digno de una película.
No hay forma de resumir de resumir todo lo que ha logrado ‘Miggy’ en su carrera, refiriéndose a los números. Pero, lo más llamativo, es que tampoco hay la manera de describir lo que significa para los amantes de la pelota caliente, principalmente los venezolanos. O bueno, quizá diciendo: béisbol = Miguel Cabrera.
Solo queda agradecerle por esos 21 años de deleite. Por paralizar a los amantes del béisbol en Latinoamérica en cada turno, por jugar al béisbol para divertirse, sin pensar en los logros personales, solo en hacer que sus compañeros y espectadores disfrutaran. Con Miguel cabe perfecta la frase: “No habrá otro igual”, porque es eso, literal. Gracias, Miggy.