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Fracaso

Aceptarlo, evaluarlo, escudriñar qué se puede rescatar, qué se debe corregir, reorientar los procesos y los objetivos, designar pronto, sin pérdida de tiempo a las personas idóneas para liderar, ¿renunciar? (bueno, esa ya no porque se acaban de reelegir) deberían ser, entre otras, las tareas de la Federación.

Los dirigentes fuera del campo; los técnicos  al borde; y los jugadores dentro de este son, y serán, siempre, los responsables del éxito o el fracaso de la gestión de un equipo o selección de fútbol.

Luego, por supuesto, dependerá del análisis de cada situación en particular qué porcentaje se le podrá asignar a cada uno. Pero nunca,  alguno de ellos, podrá quedar exento.

Son los tres pilares en los que se apoya todo proyecto futbolístico. Su correlación es imprescindible e indivisible. En el caso de la eliminación de la Selección Colombia para el Mundial de Catar no puede ser de otra manera.

De una parte, los directivos, procrastinando en la elección de Queiroz y Rueda, perdiendo el más valioso y escaso bien para la construcción y preparación de las selecciones en las actuales circunstancias: tiempo. Por otra, el técnico Rueda, por su tozuda creencia de que jugadores como James y Quintero, en tan discreta forma deportiva, podían ser los únicos capaces de conducir a un equipo falto de funcionamiento, que siempre careció de agresividad, ida y vuelta, presión, continuidad en generación.

Por planteamientos poco audaces y, en general, por no lograr dinamizar y fortalecer una idea táctica. Y, después, los jugadores. Muchos de ellos no refrendaron en la Selección sus buenos rendimientos en sus clubes. Otros, fueron superados por la prueba emocional y de carácter que demanda una selección. Y, sobre todo, porque fueron incapaces de salir de ese espiralado camino de ansiedad y desconfianza generado por la falta de definición durante siete partidos consecutivos. ¡Siete partidos seguidos sin anotar un gol!  Más del 35% del total de partidos que se juegan en la Eliminatoria.

Vergonzante antirécord que se convierte, tal vez, en la mayor razón estrictamente futbolística para el descalabro final de esta Selección Colombia. En una Eliminatoria que permitió que el tercer y cuarto clasificados lo lograran con menos del 50% de los puntos disputados, Colombia ni siquiera alcanzó el cupo para el repechaje.

Realmente no lo merecía. Aunque James Rodríguez, después del partido ante Venezuela, declarara que no era justo la eliminación. Así de desorientado estuvo- está- dentro del campo y en su compromiso con su profesión. Ante tan contundente evidencia no hay que acudir a eufemismos, fue un fracaso.

Aceptarlo, evaluarlo, escudriñar qué se puede rescatar, qué se debe corregir, reorientar los procesos y los objetivos, designar pronto, sin pérdida de tiempo a las personas idóneas para liderar, ¿renunciar? (bueno, esa ya no porque se acaban de reelegir) deberían ser, entre otras, las tareas de la Federación.

¿Cuándo? El país futbolero desearía que fuera ya, pero pareciera que el presidente cree otra cosa, porque hace días está disfrutando de Catar. Bueno, a lo mejor los demás directivos están ya ocupándose o él está trabajando desde allá.

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