Las letras de esta columna cada fin de año, casi siempre han sido para darle un reconocimiento a los mejores eventos futboleros, para destacar la gesta de los futbolistas, para dejar consignados los objetivos del fútbol local y nacional para el siguiente año. Una suerte de resumen y proyección del quehacer futbolero.

Pero el fallecimiento de Pelé el pasado 29 de diciembre, se convierte en el tema central de esta última columna de 2022. Ya días previos a su muerte y al ver las fotos de Pelé en su cama abrazado con su hija, no pude dejar de sentir un profundo dolor: se desgarró en mí, parte de una de las más felices épocas de mi vida como fue mi niñez disfrutando al más genial jugador, a Pelé, y a su mágica selección Brasil del 70.

No podía aceptar que aquel héroe al que vi realizar todas las hazañas futbolísticas, aquel súper dotado atleta que sobrepasaba defensores y convertía miles de goles, yacía indefenso y abatido en una cama.

Aquel portento físico que saltaba y en el aire, cuando parecía que bajaba, volvía a subir y luego impactar magistralmente de cabeza el balón con la fuerza de un martillo.

El primer gol ante Italia en la final del mundial de México 70 es la síntesis de la perfección para cabecear. Perfección que extendió a todas las demás acciones del juego del fútbol. Hasta su particular manera de celebrar sus goles, un salto, su brazo derecho extendido, el puño cerrado y un golpe al aire se convertía en un colofón inigualable y artístico de su obra.

Pelé fue el único futbolista perfecto. Único e irrepetible. A riesgo de ser tildado por los no futboleros como necio e irrespetuoso, yo creo que Pelé fue para el fútbol lo que Mozart para la música, Miguel Ángel para la pintura, Cervantes para la literatura. Por eso, la única certeza que tenemos los seres humanos, nuestra finitud, hoy es más dolorosa, porque murió un hombre extraordinario, genial, que hizo feliz durante muchos años a miles, millones de personas.

Murió el rey del fútbol, el más grande atleta del siglo veinte. El único tri campeón mundial. Pero ni siquiera él, que parecía invencible, que fue el elegido por natura para explicar y demostrar la perfecta belleza del fútbol a través de su habilidad, coordinación, fuerza, inteligencia y carácter pudo ganarle.

Sin embargo, no tengo dudas de que su legado será eterno. Ya es eterno. Tal vez, en su honor, ya no deberíamos decir vamos a jugar al fútbol, sino vamos a jugar el juego de Pelé. Descansa en Paz ‘O Rei’.

Con la poca fuerza anímica que me queda, les deseo a ustedes, amigos lectores de estas desordenadas letras futboleras de fin de semana, feliz año.