Cartagena es una ciudad orgullosa y tiene con qué: fue la primera ciudad en Colombia en independizarse de la corona española y la segunda en Suramérica, después de Caracas. El 11 de noviembre de 1811 el pueblo se reunió en Getsemaní para presionar a la Junta de Gobierno, que debía pronunciarse sobre la propuesta de Germán Gutiérrez de Piñeres de declarar la independencia absoluta. Por eso se celebra el 11 de noviembre en Cartagena, una fecha que es importante para la ciudad y toda la Nación.

Hace unos años esta celebración se centraba en el Reinado Nacional de la Belleza, eran tiempos en que una ciudad todavía podía sentirse orgullosa de ser la sede de un reinado. Esto cambió en años recientes, y ahora se celebran fiestas de independencia con todo tipo de eventos: comparsas temáticas, lanceros, disfraces, carrozas. También hay 31 candidatas locales para un “reinado de la independencia” cuya principal cualidad debe ser la motivación y la alegría (antes que la belleza) lo cual es bueno hasta cierto punto pues sigue siendo una lástima que en Colombia no podamos celebrar colectivamente sin entretenernos en cosificar a las mujeres. En todo caso, y aunque estas fiestas de la independencia tienen aún un tufillo al Carnaval de Barranquilla, poco a poco van encontrando su propia identidad y esto solo puede traer ganancias a la ciudad.

Solo queda un pequeño problema: los múltiples gobiernos que ha tenido Cartagena en los últimos años se niegan, de forma reiterada, a asumir una parte crucial e impajaritable de su identidad: la cultura picotera. Una de las prohibiciones para las Fiestas de Independencia es “la realización de cualquier tipo de espectáculos públicos o eventos privados con picós o cualquier otra clase de artefactos de amplificación sonora que generen alteraciones a la tranquilidad y convivencia ciudadana”.

Todo es problemático en este enunciado, presume que los picós alteran la tranquilidad (como si el desfile que planean, las comparsas, los bailes, no fuesen a hacer bulla también). Tal parece que la música a alto volumen solo afecta la tranquilidad si es música que no le gusta a los políticos de la ciudad. Luego asume que los picós entorpecen la convivencia ciudadana cuando en realidad son un espacio en el que gran parte de Cartagena, de la Cartagena popular, tiene en estos eventos un lugar de encuentro, de creación de tejido social, reunión y diversión, como ocurre con todas las fiestas.

Hay gran ironía en todo esto: se supone que estas fiestas celebran a una Cartagena que fue capaz de levantarse frente a la tiranía de sus “amos”. Pero tal parece que el modelo de la colonia nunca cambio, y en la ciudad siguen mandando los ricos, los blancos, una suerte de chapetones contemporáneos que sigue viendo a una gran parte de la ciudad como subordinada. Si algo queda de libertad, valentía e irreverencia en la acartonada Cartagena son los picós y la champeta. Prohibirlos en las fiestas de independencia es no entender lo que se celebra.

@Catalinapordios