Desde que el sentido común se convirtió en el menos común de los sentidos, la ruina ética y la inmoralidad se instauraron en nuestra sociedad, sobre la base de que lo único que importa es el billete, venga de donde venga, y su nauseabundo olor se transformó en perfume, el perfume que la gran mayoría sueña con poder usar para sentir que es alguien, que merece respeto, que puede acceder a cualquier círculo y, por tanto, que todos se venden y nos pueden comprar a todos.

Hace ya muchos años que la sociedad colombiana entró en barrena en la sima de la inmundicia, cuando el narcotráfico llenó de dólares todas las instituciones públicas y laicas, y se convirtió en el elemento transversal que perforó e impulsó nuestra economía, la justicia, la política y hasta las religiones. Nuestra desgracia arranca a partir de ese momento trágico de magnicidios aún no descifrados, de la guerra sin cuartel patrocinando a todos los bandos, de la elección de presidentes, cortes y mayoría del Congreso, y de ahí para abajo hasta de los comisarios de los caseríos más recónditos de la geografía. Y también se convirtió en el sueño colombiano de una mayoría sin futuro: ser traqueto para sobrevivir y luego ascender a la clase media, poder invertir para ganar millones sin mover un dedo y así alcanzo aún a los más ricos, porque nunca les es suficiente lo que amasan y no alcanzarían a gastarse ni viviendo cinco vidas.

Para desgracia del Caribe, quienes hoy ocupan los titulares de prensa y son acusados de corrupción atroz contra el pueblo, porque no solamente se asesina con motosierras, pertenecen a nuestra Región y desde hacía muchos años se repetía en los corrillos sociales eso que hoy son hechos comprobados y develados a la opinión nacional. Y como de ellos, de muchos otros dirigentes hemos oído historias espeluznantes de sus compromisos non sanctos, porque en el Caribe somos tan desabrochados que hasta la corrupción se comenta sin el menor recato y, más grave aún, con cierto dejo de admiración ante “tanta habilidad”.

Y no pasa nada y no hay la mínima sanción social, sino que por el contrario parecerían ser el paradigma de los jóvenes que sueñan en dólares, con carros de alta gama, mansiones lujosas, aviones particulares, fiestas inenarrables y la certeza de que con billete pueden llegar a donde quieran, ser aceptados y aplaudidos, porque perdimos todo sentido de la moral personal y de la ética como marco indispensable para que los ciudadanos se manejen dentro de la sociedad siempre buscando el beneficio de la comunidad, y no el llenado de sus bolsillos. Esa es la herencia que estamos dejando a los niños de hoy que serán los dirigentes de mañana: ¿no sienten vergüenza de haber tocado fondo por acción o por omisión? Sobre todo por omisión, porque somos mayoría a quienes nos corresponde aplicar la sanción social, pero la cobardía y el miedo nos paralizan.

losalcas@hotmail.com