Todavía en Barranquilla y nos imaginamos que también en Cartagena y Santa Marta hay aficionados deportivos que hoy hasta pasan de octogenarios, pero eran mozalbetes cuando en aquellos años 40 se había pactado el combate entre el campeón mundial de peso completo, Joe Louis, y el desafiante Isidoro Gastañaga, que pocos años más adelante tuvimos en Barranquilla por un cierto tiempo, ganando y perdiendo peleas entre nosotros.

El ‘match’ Louis -Gastanaga ya estaba listo para verificarse en La Habana. No faltaba sino apenas una semana para llevarse a cabo cuando todo se vino al suelo y los representantes de Louis anunciaron desde Nueva York que su pupilo no viajaría a La Habana.

¡Dios del Cielo, para qué fue aquello! La ira y el desconcierto después hicieron su aparición entre quienes habían arreglado con mucho trabajo haber conseguido que Louis y sus manejadores aceptaran venir a la capital cubana cuando todo se desbarató como un castillo de naipes, sin que nadie atinara a conocer las razones o sin estas por las cuales la pelea quedaba inusitadamente cancelada.

¿Qué había pasado para semejante desenlace Dios del cielo? Al fin no transcurrieron muchas horas cuando por fin se supo el motivo para que la gente de Louis hubiese cancelado todo. Se dijo entonces que todo había sido un ardid de promotores rivales, quienes por mensajeros escogidos le dijeran al bando de Louis que este iba a ser secuestrado, tal como había sucedido con otro famoso deportista.

Y todo el mundo dio con el protagonista de un famoso secuestro llevado a cabo en La Habana de Juan Manuel Fangio, el famoso piloto de tantas victorias mundiales que, ciertamente, un movimiento revolucionario lo había secuestrado como una demostración de fuerza y poderío contra el gobierno. La famosa carrera en Cuba se hizo de todos modos, pero no era lo mismo sin que con de la gran figura del driver argentino.

Como ya el espacio nos pisa los talones. En 1942 vimos a Gastañaga solo en el Café Roma. Nos faltaban cinco años para ser periodistas deportivos, pero en información le podíamos dar sopa y seco a más de numerosos coleguitas del patio por lo que ya hemos contado: éramos miembros de familia boxística hasta más no poder. Y lo abordamos. Y le preguntamos cómo creía él que habría sido el resultado de aquella pelea malograda por la intriga perversa de promotores rivales.

“Yo no hablo de eso” – nos contó el púgil hispano. Pagó su tinto y se fue de inmediato de allí...