Victor Frankl, aquel famoso psicoterapeuta que estuvo prisionero en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, decía: “me lo quitaron todo: alimentos, familia, amigos, mi obra escrita… ¡todo! Menos una cosa: la libertad para decidir mi forma de reaccionar ante los golpes; nos podrán quitar nuestras pertenencias, nos podrán insultar, pero nadie nos puede quitar nuestra libertad de elegir cómo vamos a reaccionar ante el dolor, si con amargura y con odio, o con amor y aceptación. Y de la forma en que reaccionemos dependerá que todo ese dolor se convierta o no en sufrimiento inútil.
Para evitar caer en el sufrimiento, Frankl decidió mantener su mente ocupada y no pensar en su desgracia personal… ¿Saben qué hacía?…los domingos le arrancaba los botones a su camisa y la rasgaba para después coser botón por botón e hilvanar las partes que había rasgado. Así frenaba los pensamientos necios que revoloteaban en su mente.
El dolor nos obliga a sacar lo más bello que la vida puso en nosotros y hace que afloren energías insospechadas. Una persona que ha tenido contacto con el dolor y que no lo ha convertido en sufrimiento inútil es mucho más afortunada que aquellas a quienes se les ha evitado momentos desagradables.
Definitivamente, el dolor fortalece y agranda el alma. Vivimos y despertamos, siempre que debemos hacer frente a un sufrimiento o a una dificultad.
Por eso no hay que ver el dolor como una desgracia, sino como la oportunidad de sacar los mejores recursos que tenemos escondidos para enfrentarnos a la vida con fuerza y con valor.
El dolor es real, el dolor existe… el sufrimiento lo creamos nosotros, y no es más que una resistencia mental a todo lo desagradable que acontece. Con dolor nacemos, tratando de evitar o de calmar los dolores vivimos y con dolor morimos.
Cuando vemos el dolor de esta manera, nos damos cuenta de que lo que nos hace sufrir no es la vida, sino nuestra interpretación de la realidad, nuestras ideas erróneas y nuestras actitudes equivocadas. Además, el problema no está en el sufrir o no sufrir, sino en sufrir inútilmente, en sufrir sin sentido. Hay mucho que aprender de Victor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido.
En el dolor hay una gran potencia de crecimiento espiritual cuando colaboramos con lo inevitable y aceptamos con amor aquello que no podemos cambiar. No olvidemos que Cristo cambió el dolor y el sufrimiento en milagro de vida y resurrección.
Por Luz María P. de Palis
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