
Del elefante al oso
El día en que se publicaba mi columna anterior, “De la hoz al pajarraco”, en la que hablaba de los desaciertos del chavismo para mantener vigentes las convicciones de Hugo Chávez, al tiempo que abría el periódico pasaban en la televisión las noticias que registraban la posesión del expresidente Ernesto Samper como nuevo secretario de Unasur. Debo admitir que, como dicen por ahí, “se me cruzaron los cables”. Quedé en el trance abismal que produce el estupor. La mágica interacción que mantienen mi cerebro, mi esqueleto, mi sistema muscular, mi aparato fonador, mi dispositivo circulatorio y, aunque parezca mentira, los mañosos once metros de mi tubo digestivo, quedó suspendida. Todos ellos, que es igual a decir yo, quedaron paralizados por efectos de eso llamado incredulidad. Minutos después de haber pronunciado el “sí juro” con que se comprometía a velar por la integración, la paz y la unión en Suramérica, el expresidente Ernesto Samper, en un discurso encabezado extrañamente por la serie de Queridos tal y cual… con que saludó a ciertos asistentes, entre ellos a Maduro, y de recordar que no tuvo vacilación para atender el llamado del entonces canciller en momentos de muchas dificultades en las relaciones entre nuestros dos países, sacó de su extenso archivo de miradas serviciales, aquellas que utilizaría para dirigirse al primer mandatario de la república hermana mientras le decía “estoy seguro de que Venezuela está en muy buenas manos, en manos suyas, y que va a tener la oportunidad de continuar la obra social que inició el presidente Chávez”. Casi no reacciono. Difícilmente uno podría hacerlo cuando se encuentra inmovilizado por la sorpresa de escuchar las adulaciones a una figura tan controvertida como la de Nicolás Maduro. En medio de la consternación, uno tiende a consolarse diciéndose que son cosas de la retórica farisaica que maneja la diplomacia; que hace parte del recurso natural con que los seres humanos solemos dorar la píldora para vivir en comunidad. Pero en ciertas ocasiones la respuesta diplomática –supuesta combinación de sentido común y tacto que tiene como objetivo encaminar las relaciones entre países por el camino de la concordia y de la cooperación– si no es representativa de la convicción de un pueblo, puede producir un tremendo malestar. ¿En buenas manos? Creo que muy pocos colombianos aprobarían las alabanzas que adornaron el discurso del recién estrenado secretario de Unasur. Su intervención, por el contrario, nos abocó a la vergüenza.
Ahora bien, si como nunca antes el objetivo primordial de los colombianos es la consecución de la paz, es apenas comprensible que, en su urgencia de lograrlo, el Gobierno haya movido todas sus fichas para respaldar a Ernesto Samper en su aspiración a dirigir el organismo suramericano. Teniendo en cuenta que Samper ha ejercido gran liderazgo en la región en defensa de los intereses latinoamericanos, su papel en Unasur es definitivo para alcanzar esa paz esquiva y, sobre todo, torpedeada. Quizá eso explique el silencio de los medios de comunicación frente a su discurso desacertado. Las cosas de lo simbólico, del elefante… al oso.
berthicaramos@gmail.com
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