Regresábamos de un posgrado en el exterior cuando fuimos vinculados casi inmediatamente a la campaña política de uno de los más grandes estadistas costeños que ha tenido Colombia, a quien esta región lo traicionó para su elección como Presidente de la República: Evaristo Sourdis Juliao. Comenzábamos una época en la cual ejercimos la política activa con el entusiasmo de una juventud que se puso como metas unos ideales y que a la postre se decepcionó. En plena campaña regresando en un planchón por el río Magdalena, momento de un ocaso donde se confundía el cansancio de un agitado día de concentraciones en las poblaciones orientales de gran río, con un atardecer que hubiese palidecido al mejor de los poetas del momento, Sourdis nos dijo al grupo de jóvenes que lo rodeaban: “¿Saben cuál es mi mayor preocupación en este momento en este país que aspiro a gobernar jóvenes? La gran corrupción estatal que está acabando con los cimientos de la equidad, la justicia y la fe en las instituciones”.
Nunca se nos olvidaron aquellas palabras que eran el vivo teatro de un acontecer diario que al igual que hoy, inunda de basura nuestras vidas, nada ha cambiado, pasaron los años y Colombia se hundió aún más en la cloaca de la corrupción a todos los niveles, hasta en la misma Justicia que era y debería seguir siéndolo, el paradigma, la cúspide en el sueño de las juventudes y el icono de sostenibilidad institucional para todos los ciudadanos del país.
Hemos venido planteando la tesis que esa corrupción hoy día no es más grande que la antigua proporcionalmente, lo que sucede es que actualmente en estos dos últimos años es más visible porque la llavería del nuevo fiscal, el nuevo contralor general y el nuevo procurador sí está trabajando y haciendo su labor como tiene que ser y lo dispone la Constitución Nacional. Además, los años aumentan el número de instituciones, el número de funcionarios y el número de funciones de los entes del Estado. Por eso hemos afirmado que proporcionalmente es lo mismo, lo que sucede es que ahora, lo estamos conociendo en su profundidad cuando antes la corrupción reinaba en los ríos subterráneos de quienes deberían castigarla y en los anaqueles de quienes por años se enriquecieron con esos escritorios bien cerrados con fuertes llaves.
No obstante ayer y hoy la corrupción ha imperado y reinado en todos los rincones del mundo. El mismo Lord Churchill en plena segunda guerra exclamó desesperado: “A veces no sé qué me atormenta más si la fuerza aérea de Hitler o esta corrupción subterránea que abre sus fauces cada día más en las entrañas del Estado”.
Y en Colombia siempre ha existido y siempre se le ha perseguido y combatido, a veces con algunos buenos resultados y en otros infructuosamente. Hay que seguir, intensamente, buscando un cambio. Por eso no nos entusiasmemos mucho con los candidatos presidenciales que quieren tomar la lucha contra la corrupción como bandera de sus proselitismos. Es un buen motivo, un buen eslogan, despierta multitudes y aplausos, pero tenemos doscientos años de estarlo escuchando, y en tanto vemos que las aguas del río se van y no regresan.
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