
De cierta manera, los baños se han definido en nuestra cultura como espacios sagrados. No en el sentido de estar dedicados a algo espiritual, sino en el sentido original de la palabra: un espacio segregado, separado.
En ese sentido, las mujeres que van a un baño a ejecutar actos privados, detrás de puertas que cuidan el acto, se sienten seguras de poder hacer algo necesario para la supervivencia física.
Que una bomba haya sido puesta en el baño de mujeres, debe dejar pensando. Que haya sido en un lugar público, en un centro comercial de estrato alto es un acto completamente performativo, de consecuencias graves, no solo para las víctimas y sus familiares y amigos, sino para todo un país.
Uno no puede dejar de pensar en qué momento explotó el cuerpo de esas personas mientras estaban en los actos privados más vulnerables, cuando sus cuerpos se limpian de las toxinas diarias y desechan lo que no sirve. La mente que ideó tal atentado, las personas que lo llevaron a cabo, son un tipo de toxina que nos continúa envenenando.
¿Es posible creer en la paz en Colombia ahora que los cuerpos de Lady Paola, Ana María y Julie quedaron regados en un piso y en las paredes de un baño? Es fácil pensar que no. Es fácil, como mucha gente lo hizo, aprovechar el momento y decir que es imposible .
Podemos suponer con certeza absoluta que quienes hicieron esto tenían muy claro que estaban apuntándole al pañuelo blanco o la paloma de la paz. Y que quienes se pusieron en la tarea de difamar a una de las víctimas por el simple hecho de ser una joven trabajadora social son, de otra forma, también terroristas.
Veamos el evento como una obra de teatro que podríamos analizar en su simbolismo, por muy oscuro que este aparente ser. Lo propongo, porque de mi imaginación no sale la imagen de la madre de Julie, con ella en el baño, viviendo el momento mismo de la muerte de la hija.
No sale de mí, tampoco de mi mente, el esposo de Lady Paola en su grado, esperando el momento de reunirse con ella en el Andino. No puedo dejar de llorar por Ana María, a quien no conocía, pero tiene la misma edad de mi hijo. Esto me lleva a recordar la fragilidad en la que seguimos todos los colombianos, si esta guerra no es posible terminarla.
Especulemos entonces que la escena en el baño de mujeres es acerca de lo vulnerable que somos todos. La violación de un espacio separado (sagrado) para instaurar la muerte e inscribir el miedo, es producto de un país donde pareciera que la historia sigue condenada a repetirse.
Y será así mientras los que tienen alguna forma de poder crean que el cuerpo humano, y más aún, el cuerpo de los más vulnerables, es carne de cañón, o es perfecta para un falso positivo o para ser volado en pedazos, porque sí, porque simplemente se puede.
No sé ustedes, pero yo estoy cansada. En ningún período de mi vida he dejado de ser testigo de actos terroríficos de violencia. Pero para vivir, debo seguir creyendo que podemos salir de esta. Si no lo logramos, ni siquiera nuestros nietos merecerán esa segunda oportunidad en la tierra.
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