El doctor Ricardo Plata Cepeda, recientemente en estas mismas páginas en forma brillante y sustentada como todas sus columnas, realizó un detenido y práctico estudio acompañado de estadísticas actualizadas, en donde demostró la injusta discriminación que sufre y ha padecido la Costa Caribe a lo largo de décadas, en la realización de programas de desarrollo especialmente en obras de infraestructura, comparativamente con el gigante respaldo que los gobiernos nacionales de turno le han propiciado, empujado, respaldado a obras extraordinarias que merecidamente han impulsado el avance moderno de su progreso.
En regiones que han sabido pedir, son escuchadas, son atendidas, son premiadas y escogidas dentro del presupuesto nacional y la voluntad de los gobernantes, han tenido enorme preferencia e impulso. Comparativamente con estos mismos escenarios con la Costa Caribe, la diferencia es enorme.
¿A qué se deben, ancestralmente estudiado, ésta indiferencia del interior para un gobernante permanente por acción de nuestro sistema presidencial, bastante alejado de las regiones, a su gusto?.
Hay muchas explicaciones: La primera porque los principales departamentos del interior merecidamente quieren avanzar y están encima con la presión debida buscando la adjudicación de las obras gigantes y la suficiente financiación.
¿Hemos actuado los costeños de igual manera? La segunda respuesta es que siempre nos han mirado desde el Gobierno central con un no disimulado dejo de indiferencia que tiene bastante dosis de desprecio como si fuésemos integralmente considerados de “peor familia”.
Y como tercera respuesta vemos la incidencia política del tema cuando presidentes, ministros, directores de institutos descentralizados juegan mejor al vaivén de las mermeladas recíprocas en la adjudicación de preferencias por aquello de las votaciones más copiosas a la hora de elecciones y comicios.
Es desde luego un panorama tradicionalmente injusto que se cree controlado cuando los altos cargos oficiales que manejan y ordenan los presupuestos vienen por estos rincones caribes a decirnos que somos la poesía de Colombia, que Barranquilla o Valledupar o Montería son las novias de ellos, que llegan aquí y respiran la alegría del costeño y las brisas del mar que enorgullecen al país, pero una vez que pisan suelo para uno se les olvida al instante todo, que la represa de La Guajira tiene una década de prometida, que la Vía al Mar Barranquilla – Cartagena ha tenido más de cuatro inauguraciones de cada diez kilómetros, que la carretera de Santa Marta a Barranquilla ya cumplió veinte años de promesas y lleva en las espaldas siete años de estudios de suelos de puentes a nivel para el paso de agua a las ciénagas internas, que el Aeropuerto de Cartagena acaba de cumplir ocho años de terminados sus estudios de factibilidad, que el jarillón derrumbado por el río Magdalena en la orilla derecha a la altura de pueblos nobles en sus márgenes como Salamina ya cumplió con el boquete abierto dos años y todavía hay que pedirle audiencias con demoras a los ministros de turno.
En fin, la lista es larga. Podríamos seguir acudiendo a la historia de muchos otros casos donde desde el Gobierno nacional a través de los años nos hicieron pistola. Esperamos, quizás la esperanza vuelve a ser vana, que el gobierno del “Cambio”, como exige que le llamen, haga realmente el cambio en todos estos aspectos que hemos resumido, porque sencillamente ya estamos cansados de pedir, de esperar y de que nos digan mentiras y más mentiras.