Con la primera exposición de los impresionistas, y más hacia el final del siglo con la obra de los grandes postimpresionistas, es innegable que el espíritu de la pintura comienza a cambiar en el último cuarto de siglo XIX y continúa este proceso hasta nuestros días.
Basta mencionar a Millet con Las Espigadoras; a Pissarro con el Sol de Marzo; a Monet con El Puente de Argenteuil; a Carriere con La Maternidad; a Renoir con El Columpio; a Manet con El Taller; a Cezanne con La Naturaleza muerta con la Cómoda; a Gauguin con Nevermore; a Van Gogh con El Hombre de la Oreja cortada; a Bonnard con La Muchacha en el Baño y a Matisse con La Odalisca con la Bombacha colorada.
Los impresionistas fueron revolucionarios sin saberlo, al mirar la naturaleza a través del aire y la luz que envuelve las cosas. Al inventar un espacio sin límites, les satisfacía por sus resonancias de infinito.
Los pintores que vinieron después, aunque reaccionaron contra lo que se dio en llamar “los excesos del impresionismo” y volvieron a la representación sólida, no olvidaron la lección de sus mayores y aprendieron a tomarse libertades en la representación, lo que les permitía expresar el mundo interior propio con mayor veracidad.
Esta conquista determinó modificaciones en forma en lo que se refiere al espacio y el tiempo que expresa el movimiento, esto se fue ampliando en los años siguientes.
Pero tanto los impresionistas como los postimpresionistas, siguieron apoyándose en el mundo real por una parte y en el desordenado mundo de los sentimientos, por otra.
Hasta entonces la pintura sigue siendo romántica.
En Bruselas existen maravillosos museos de arte de Bélgica, y de un grupo de pintores de los siglos XV y XVI, conocidos como los primitivos flamencos, como por ejemplo: El Bosco, Jan Van Eyck y Breughel. Pintores que sentaron las bases del arte moderno.
Mientras que en Brujas, una maravillosa ciudad del siglo XV, con hermosos edificios y canales, hay un museo en el que se exhibe el primitivo arte flamenco. Entre los primitivos pintores flamencos existía la costumbre de viajar a Italia para perfeccionar su arte, estudiar el color, la textura y refinar su técnica. Estos esbozaban y pintaban paisajes italianos y para luego regresar a las ciudades de Bruselas o a Amberes.
Cuando los artistas pintaban sus mecenas, utilizaban los paisajes, de las ciudades nombradas anteriormente, como “telones de fondo” de sus cuadros que son de una calidad notable en su estilo y contenido, el cual se desarrolló en 1937.
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