Sin desconocer los beneficios económicos y sociales del consumo masivo de energía con base en las fuentes fósiles, hoy casi nadie discute que el consumo energético mundial es la causa principal de la degradación ambiental local regional y a escala planetaria. Las concentraciones atmosféricas de carbono no ceden en su aumento y los graves efectos económicos y sociales del cambio climático los percibimos con mayor frecuencia por medio de una variedad de fenómenos meteorológicos.

La inversión temprana en tecnologías más limpias habría minimizado el riesgo de cambio climático. Esto no ocurrió porque los servicios de la atmósfera no formaron parte del cálculo económico de la sociedad.

La gravedad del problema está cada vez más y mejor documentada por los medios de comunicación. En particular por la creciente divulgación de los informes periódicos de investigación del International Panel on Climate Change (IPCC), y de las discusiones de los países en el seno de la Conference of the Parties (COP) para acordar políticas y mecanismos de control al cambio climático y en apoyo a la inversión en la adaptación necesaria para evitar que el calentamiento global conduzca a consecuencias catastróficas.

La reciente COP 21, llevada a cabo en París en diciembre pasado, arrojó resultados tan discretos que no se compadecen con el tamaño e intensidad de las expectativas que se crearon en la víspera acerca de la posibilidad de firmar un nuevo protocolo de control de emisiones de carbono que sustituyera el firmado en Kioto en 1997

Algunos economistas historiadores mantienen que el análisis histórico de los patrones de consumo energético ayudaría a entender el estancamiento actual en los compromisos de reducción de emisiones. Uno de ellos es que el poder de mercado y no la competencia es lo que prima en el sector energético. Este poder de mercado, con frecuencia monopólico, de las empresas transnacionales de energía, se manifiesta en la oposición política a permitir que los incentivos a la generación con base en fuentes renovables se financien con impuestos a la contaminación ocasionada por las fuentes de energía fósil.

Literatura sobre historia económica ambiental ilustra sobre la dificultad o improbabilidad de una sustitución energética tan rápida como la que hoy recomiendan analistas de las predicciones del IPCC en sus dos décadas de investigaciones.

Uno de los problemas de las negociaciones de control al cambio climático radica en que las políticas parecieran estar sesgadas hacia el logro de una pronta sustitución energética de los fósiles más contaminantes en favor de las fuentes renovables o fósiles menos contaminantes como el gas natural.

Las dificultades para sustituir las fuentes de energía no solo son económicas sino sobre todo políticas. Dado que no es el mercado el que señala el rumbo de este sector, sino el poder de mercado de dueños de los recursos energéticos mundiales, que continúa determinando el relativo estancamiento de las negociaciones sobre cambio climático.

*Profesor del IEEC, Uninorte. Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad exclusiva de los autores y no comprometen la posición de la Universidad ni de El Heraldo.