Me gusta el vallenato. No soy un experto en el tema, pero sí uno que goza con las historias, las anécdotas y los relatos que se nos comunican a través de la voz que se acompasa con las notas de un acordeón. Admiro la obra musical de Adolfo Pacheco, al que considero un juglar, un poeta y un cronista.

Tal vez, la canción que más me gusta de este compositor es “Gallo bueno”, una típica crónica en la que se nos cuenta pintorescamente el encuentro entre una esposa y su marido infiel. El escenario, los personajes, la situación son descritas con simpleza, pero con la profundidad necesaria para que todos sintamos el sufrimiento de Carmen García, ese dolor que se esconde en sus gafas negras, y podamos ver al “traidor” de su esposo que sabe excusarse por los deslices que tiene, al fin y al cabo, él no se considera responsable, ya que dice: “Las mujeres me persiguen como moscas al panal //y yo no tengo la culpa, si las mujeres me buscan, Carmen, por algo será”. Insisto que, como buen relato, tiene la posibilidad de contarnos un caso en especial, pero a la vez, que todos los que han pasado por situaciones parecidas, se sientan retratados y participes de la historia contada.

En la “Hamaca grande” está como juglar, contando las manifestaciones culturales de su región, es aquel cantador que asume como suya la tarea de compartir con otros lo que caracteriza a su folklore. Nos hace conocer su región y algunas de sus costumbres a través de la canción, al mencionar elementos como el collar de cumbia, el cerro Maco, el indio faroto entre otros. Nos hace sentir los valores que la impulsan y la mueven a ser.

“Me rindo Majestad”, en la que lo encuentro como poeta. Como sabrán, esta canción la usé como metáfora de la decisión que tomé de no ejercer más el presbiterado. Y todos creyeron que me gustaba porque al inicio dice “voy a vivir la vida de otra manera”, pero que va, me gusta porque el maestro de nuevo expresa con sencillez la profundidad y los límites del amor y de la entrega. Creo que eso es lo que hacen los verdaderos poetas, construyen pequeños versos en los que nos ahogamos por su profundidad.

Algo pasa misteriosamente en el amor, porque lo mismo que hace que nos guste una persona, termina siendo motivo de enfrentamientos y de cuestionamientos de la relación; lo que nos atrae de esa persona, se acaba convirtiendo en la motivación para que nos alejemos. No sé si es el paso demoledor del tiempo que lo transforma todo y hace que percibamos las características del otro de una manera muy distinta, o si es el paso del enamoramiento al amor, que hace que descubramos que lo que tanto nos gustaba, se vuelva una amenaza para nuestra relación.

“Cómo evocar los tiempos de soltería/ Tú que te enamoraste de aquel Don Juan/Hoy son defectos esas virtudes mías/ Son ironías que el amor da/. Y al final expone la dignidad como límite de la entrega. Ojalá esto lo tengan claro todos aquellos que viven amando:

Voy a abdicar al trono de mi reinado
Vengo a decirle me rindo majestad
Usted será la reina yo su vasallo
Le entregó toda mi libertad […]
[…] Pero si abusas de mi desprendimiento
automáticamente me vuelvo un rey