Hace poco leía en un artículo de El País de España las complejidades asociadas a las labores de mantenimiento del puente Constitución de 1812, una icónica estructura atirantada que cruza la bahía de Cádiz. El reportaje describía los desafíos de su mantenimiento: inspecciones continuas, limpieza de tensores, revisión de anclajes, repintado, instrumentación estructural y un gasto anual de varios millones de euros, además de la implementación de un centro de control y el empleo de 32 personas con dedicación de tiempo completo para esas labores. Clinómetros, extensómetros y acelerómetros, sumados a un monitoreo sostenido con datos de la Agencia de Meteorología, completan el despliegue de recursos para preservar la obra, acosada por la corrosión. Tras la lectura de aquel informe, fue inevitable pensar en nuestro puente Pumarejo, una estructura similar y expuesta a tensiones ambientales parecidas.

Hasta donde sabemos, el Invías es la institución responsable de su mantenimiento. En 2021, el Ministerio de Transporte anunció la creación de una «gerencia especializada» para su operación y conservación, de la que no hemos tenido noticas. Más allá de comunicados puntuales, no existe un programa de mantenimiento claro y público, con metas, cronogramas o presupuesto anual consolidado. Lo que se conoce son esfuerzos dispersos y reactivos: contratos por unos $3.000 millones para reemplazar la iluminación dañada, otros $1.500 millones para vigilancia privada, y una licitación abierta el año pasado para «mantenimiento periódico e instrumentación» de la estructura. Nada de eso supone una estrategia de conservación integral.

Lo anterior es inquietante, puesto que un puente como el Pumarejo no es una obra que se «termina», es una infraestructura viva que debe monitorearse y atenderse continuamente. En climas húmedos y salinos, el acero y el concreto son materiales en permanente combate contra el óxido y la fatiga. Dejar que el tiempo actúe sin hacer nada equivale a hipotecar su vida útil.

Una rápida revisión entre puentes con características parecidas permite establecer que, en promedio, se requieren entre 1 y 4 millones de dólares por mantenimiento por kilómetro. Es decir, en un escenario conservador, mantener el puente Pumarejo podría significar una inversión entre $20.000 y $35.000 millones anuales, una cifra razonable, considerando lo que costó y la importancia que tiene.

El nuevo Pumarejo es demasiado valioso para dejarlo en manos del azar. Mantenerlo no es un lujo: es un deber. Y un deber que, de no cumplirse, terminará costándonos mucho. Sería interesante saber qué proponen los responsables