Sobre el improvisado viaje de Gustavo Petro a China, lo primero es señalar que el documento suscrito no es ‘jurídicamente vinculante’ para los dos países y no obliga a ninguno a cumplirlo. Ni tiene categoría de tratado internacional que deba ratificar el Congreso de Colombia con una ley.
Como casi todo lo de Petro, otro viaje internacional con mucho bla, bla, bla que insinúa verdades que no lo son, porque además le faltó preparación e invitados colombianos vinculados a la producción –lo que sí hicieron Brasil y Chile–, claves en ese tipo de desplazamientos, como lo saben los estudiantes de relaciones internacionales.
En cambio, le sobraron altos burócratas petristas que viajaron de turistas –ocho ministros y otros más (!)– y, como siempre, a Petro le sobró charlatanería seudocientífica calculada para descrestar desinformados, hasta el punto de que hubo prensa internacional que lo puso en ridículo al burlarse de su galimatías sobre trenes y océanos.
Tan mediocres fueron los preparativos del viaje, que Petro fue capaz de hacer demagogia hablando de exportarle cebolla a China, cuando ese país produce 24 millones de toneladas, 37 veces más que Colombia.
También cabe señalar que un viaje como ese no debe ser satanizado aquí ni utilizado en el exterior como pretexto para agredir a Colombia. Porque las relaciones con China datan de 1980, ¡hace 45 años! –cuando fue embajador en Pekín Julio Mario Santodomingo, el colombiano más adinerado de esos días–, país al que además visitaron, y sin reclamos de nadie, los presidentes Álvaro Uribe Vélez, Juan Manuel Santos e Iván Duque. Y país al que ojalá Colombia le aumente sus exportaciones, de 2.377 millones de dólares en 2024, en contraste con las importaciones chinas de 12.391 millones.
De otra parte, es absolutamente inaceptable que la Casa Blanca haya convertido ese viaje en un pretexto para amenazar a Colombia con sabotearle los créditos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), si contrata proyectos con ingeniería china, como el del metro de Bogotá, abuso contra el país que Gustavo Petro fue capaz de aplaudir, como le aplaudió a Trump el alza de los aranceles.
En contravía con opiniones como la del exministro Juan Camilo Restrepo, quien, con dignidad, fue enfático en rechazar que el gobierno de Trump pretendiera imponerse así. Porque “el multilateralismo –explicó– se basa en el respeto por la soberanía de los países, y no es el foro para que el más fuerte imponga ‘a rejo’ sus caprichos”.
En desvergonzado contraste, el presidente Petro aplaudió que Washington atentara contra la soberanía nacional de Colombia y contra sus intereses: “Me parece correcto que la banca financiada por Estados Unidos no financie proyectos de lo que considera su competencia. Mi gobierno respetará ese principio. El gobierno de Estados Unidos debe esmerarse en que las empresas estadounidenses liciten en proyectos que el Gobierno nacional (de Colombia) va a abrir. Mi deber es garantizar la transparencia”.
¿Cuál transparencia de Petro, si se atropellan la soberanía de Colombia y los intereses nacionales? El BID tiene 47 países socios, uno de ellos Estados Unidos, que posee solo el 30 por ciento de las acciones.
Ya no puede dudarse. De Petro hay que aprender sobre lo que no debe hacerse. Y no aceptar el silencio cómplice de la enmermelada jefatura petrista.
Tomado de Cambio Colombia.