Toda vez que ya hemos atravesado penosamente el tortuoso camino de otra campaña presidencial, esto es haber soportado con estoicismo muchos meses de propuestas reencauchadas, consignas extremistas, enfrentamientos, calumnias, provocaciones, engañifas, zancadillas, componendas y, finalmente, insospechadas alianzas, los colombianos deberíamos tener un criterio bastante lúcido para elegir al próximo presidente. Pero, sucede que entre tanto discurso veintejuliero, entre la abundancia de promesas provenientes de una estirpe de charlatanes, entre el torrente de mentiras que proclama defender esa invención llamada democracia, a tres días de los comicios son muchos, pero muchos, los que no lo tienen. No es fácil tenerlo. Cuando en una sociedad un confeso sicario y furibundo seguidor de determinadas ideas políticas aparece públicamente a maldecir y amenazar a los seguidores de un candidato opositor sin que esto tenga consecuencias, es improbable que dicha sociedad tenga un criterio ético y razonable, o buen juicio para formarse una opinión acertada de las cosas.

Lo que llamamos realidad es un producto de la mente, que es el receptor inmaterial de la información que origina todas nuestras reacciones. Como tal, la felicidad y el sufrimiento operan como ejes de un engranaje que moviliza esa especie de ficción que llamamos realidad y que, tanto individual, como colectivamente, construimos mediante el lenguaje. Sin el lenguaje nada puede ser nombrado, y, pese a que nunca alcanza a traducir lo que la mente concibe, sin el lenguaje nada existe. Cabe recordar que, por tal razón, él ha sido utilizado para modificar lo que las masas perciben como real o auténtico, por lo cual ha sido siempre el instrumento de dominación por excelencia al que se ha recurrido periódicamente en la historia de la humanidad. Para el cierre de la campaña electoral salió el sicario a decir a los seguidores del candidato que odia “Mi fusil hablará por mí”; y, aunque el sujeto –a quien no daremos nombre para no darle existencia– se redujo extrañamente a disparar con las palabras, en ellas se encuentra inscrito su tenebroso modo de obrar: silenciar, y para siempre.

Está visto que, así como el lenguaje consigue dar una idea de realidad, también esboza una idea de quien habla. A tres días de los comicios las redes sociales replican una serie de mensajes que, entre otras cosas, demuestran el vergonzoso criterio de los votantes que elegirán al presidente de la República. Que a Fajardo le hace falta consistencia y verraquera. Que a De la Calle le falta ética y juventud. Que a Petro le falta clase, honestidad y quitarse la cara de huevón. Pobres argumentos que reclaman a gritos educación. Aunque en algo tienen razón: al discurso ético de Sergio Fajardo le falta esa maquiavélica consistencia de la que está superdotada la clase política tradicional, y que siendo traducida en verraquera los adeptos a los gamonales cojonudos reverencian.

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