Los dos son muy bonitos y edificantes, sin embargo, una ventaja que tiene el Día de la Madre sobre el Día del Padre es que el Día de la Madre viene con avales biológicos indiscutibles; en cambio, el Día del Padre, no tanto. Una vez Cecilio Metelo, el muy aristocrático cónsul romano, quiso ofender a Cicerón por sus orígenes modestos preguntándole que acaso quién era su padre. Pero Cicerón, que lo que no tenía de alcurnia le sobraba de lengua, le dijo el nombre completo, el pueblo y el oficio de su padre, y añadió: “A ti, por el contrario, esta contestación tu madre te la ha puesto muy difícil”.

Para algunos casados, la cosa es que el Día de la Madre también es, de rebote, el Día de la Suegra. No aquí, pues, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Fantasías, el 99,7% de los magnánimos lectores de esta columna disfrutan con sus suegras de una relación atenta y considerada, de diálogo cómplice y respeto afectuoso. No obstante, siempre hay por ahí nueras mandonas y posesivas, y yernos vagos y malavidadadores.

Pero las madres, en cuanto que madres, sin duda más parecen ángeles que humanas. Incluso el hijo más agradecido nunca podría saldar con ella la cuenta de todos los sacrificios, desvelos y mimos durante esos años en que nosotros más parecemos monos traviesos que humanos. Amor eterno e inolvidable, como diría Juan Gabriel.

Para niño mimado, Marcel Proust. No se dormía y lloraba en silencio si su mamá no venía a su camita a darle su beso de buenas noches. Una vez que ella tardaba con una visita, no aguantó más y le escribió “rogándole que subiera para un asunto grave del que no podía hablarle en mi carta”. La mamá primero cogió rabia, pero esa misma noche acabó durmiendo con su niño: “Este gorrión, este tontito, va a volver a su mamá tan boba como él”. Y todo eso se le quedó tan grabado en el corazón a Proust que, ya de adulto nostálgico, ante la alegría de un triunfo, aun así decía: “Con qué gusto hubiera cambiado todo esto por poder estarme llorando toda la noche en brazos de mamá”.

Si el español es un idioma tan maravilloso quizás lo sea porque, con apenas una consonante y 4 vocales, lo primero que aprendemos a leer es: “Mi mamá me mima”, “Mi mamá me ama”, “Amo a mi mamá”. ¡Imposible una iniciación más bella y triunfal! Y el amor por la lengua incluye, cómo no, el uso correcto de los signos de puntuación. La maestra de Juanito les pidió un escrito conmemorativo que tuviera la frase: “Madre solo hay una”. Al otro día Juanito pasó al frente y leyó su composición: “Ayer hubo fiesta en mi casa. A media noche, mi madre me dijo que bajara al sótano por 2 botellas de whisky que allí había. Cuando bajé, vi que no y desde abajo le grité: “¡Madre, solo hay una!”.

A mi mamá porque la tengo al otro lado del Atlántico, que, si no, hoy le prepararía un menú bien elegante y agradecido. Quizás una sopita de obispo de crestas de gallo, con un guiso romano de lenguas de pelícano y un arrocito blanco angelical. Apunten la sugerencia y ¡feliz Día de las Madres!