Durante los últimos meses me he preguntado y le he hecho la pregunta a mis amigos pensadores: ¿Qué clase de Nación somos en la región Caribe? Subrayo la inquietud y la afirmación de que algo anda mal entre los caribes, quienes, aún y a pesar de nuestras diferencias étnicas, compartimos de manera horizontal una serie de actitudes y emociones que nos muestran como una población en mayoría ignorante (el país es sexto en el mundo entre los más ignorantes), tercamente emocionales y con impulsos bajos a flor de piel: la retaliación, el rencor, la envidia definen una tendencia aguda a buscar soluciones personales, generalmente con el uso de la fuerza y la violencia.
El egoísmo como marco de referencia del ser caribe conduce a que la mayoría de los problemas de la Región es muy difícil que los resuelva el gobernante nacional, puesto que aun siendo parte de un territorio con características similares, los mismos funcionarios y los representantes públicos de las partes que lo integran se encargan de distanciar intereses y poner zancadilla al vecino, lo que suele traer como consecuencia el “ni contigo ni sin ti” al que acuden muy pronto los presidentes, ministros o jefes de institutos y ni para unos ni otros. Y es en el Caribe donde practicamos con mayor denuedo ese individualismo, que se puede comprobar en los emprendimientos domésticos de venta de abarrotes, decoraciones, juguetes o alimentos: tan pronto alguien inaugura su ventorrillo, en la misma cuadra saltará la competencia, porque salen a vender los mismos productos que el exitoso primer local cuando lo inteligente es tratar de ofrecer lo que está ausente en ese. Es decir, somos educados para competir no para compartir y colaborar y por eso somos la Región menos desarrollada en el concierto nacional.
Este “importaculismo” tan dañino es la bandera en la movilidad de Barranquilla, donde podemos comprobar la ausencia total del sentido de colaboración y, por el contrario, se compite por imponer la necesidad personal en cada movimiento que hace la mayoría de los conductores, con o sin derecho a la vía o aun como causante del trancón más bestial: cada uno tira para su conveniencia, así convierta en un maremágnum las cuatro esquinas. Es cierto que hay demasiadas calles en reconstrucción, trabajo clave que debió hacerse en forma escalonada para causar el menor trauma posible en una ciudad escasa de vías y donde el parque automotor aumenta de modo exponencial a la invitación de venir a instalarse en el mejor vividero del mundo (¿?), pero el gran problema lo causa la mayoría de los conductores que va arrasando, impone el tamaño de su vehículo, no respeta las señales de tránsito y no posee o no quiere practicar la inteligencia vial que es la única que resuelve esta clase de congestión. También en el cómo y a quiénes elegimos en la política es ilustración clara de ese “importaculismo” y por eso nos va como nos va en el concierto nacional.
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