Ahora ya no son más aquellos tiempos en que el hombre proponía y la mujer disponía: la italiana Laura Mesi, cansada de esperar un hombre que le propusiera mutuos tormentos matrimoniales, apenas cumplió los 40 y le olió a arroz quemado tomó la resolución de casarse ya mismo a como diera lugar. Así lo dispuso y así lo hizo. Sin novio, eso sí, pero vestida de blanco, con una tarta de 5 pisos y 70 invitados a la boda: se casó ella sola, consigo misma, pronunciando el “Sí, quiero” más desesperado de toda la historia de la soledad.

La prensa italiana hace alegres conjeturas acerca del tipo de regalos que recibió de sus invitados más alcahuetas. Y sugieren que en su fiesta de despedida de soltera —liberada la novia de cualquier deber de fidelidad para con nadie distinto de ella misma—, rigió un criterio de gusto y decoro similar al de las más sonadas celebraciones de la antigua Babilonia.

En otros tiempos más dados a la lírica, los religiosos negaban con donaire su obligada soltería diciendo que, en realidad, estaban “casados con Cristo”. El problema era que buena parte de esos clérigos de antaño no comprendía bien el concepto de “fidelidad conyugal” y así llenaron este mundo de sobrinos y sobrinitas, mientras que en los conventos de monjas la milagrosa paloma del Espíritu Santo no daba abasto, exhausta, de tanto tener que revolotear de aquí para allá.

Sin embargo, también los conventos fueron un auténtico refugio para las valientes precursoras de la liberación femenina. Solo allí podían escapar las más artísticas jóvenes de las mejores familias, si es que querían librarse de un marido barrigón y bigotudo que las tratara como ganado propio y les cortara las alas a sus inquietudes intelectuales. En los jardines y bibliotecas de esos claustros ellas supieron encontrar todas las libertades que buscaban, y alguna más: el oficio de jardinero de convento era entonces muy codiciado por los más audaces e impetuosos muchachotes de los pueblos aledaños.

Otra que no quiso fue Isabel I de Inglaterra, quien rechazó todas las propuestas de boda, y a quien, con no poco atrevimiento y exageración especulativa, la llamaban “la reina virgen”. Y, entre los hombres, ahí tenemos a Tales de Mileto. Su madre lo perseguía para que se casara y él siempre la esquivó: “Todavía es temprano”. Pasaron los años, su madre recrudeció el acoso, hasta que él un día le dijo: “Ahora es tarde”.

Del Quijote siempre viene lo mejor: mira donde viene la rica y bella Marcela, que, por libertaria, se acabó metiendo a pastora: “Yo nací libre, y para poder vivir libre, escogí la soledad de los campos (…). Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este, ni solicito a aquel, ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro”.

Pero lo de la italiana Laura Mesi, profesora de fitness en Lombardía, es bien distinto. De hecho, ella ahora no descarta serse infiel a sí misma con un tercero. Lo suyo de la boda fue más bien un arrebato de imperiosa soltería. Como si, brava y con despecho, hubiera querido gritarle al mundo: “Si nadie me saca a bailar, ¡mejor pa’ mí, que yo bailo sola!”.