Las termas de Caracalla, o termas Antoninas, fueron unos baños públicos de la Roma imperial. Construidas entre 212 y 217 d.C., se inauguraron con el nombre de termas Antoninas, verdadero nombre de su gestor: el emperador Marco Aurelio Antonino Casiano, quien después de fallecido recibió el apelativo de Caracalla. Con capacidad para 2.000 personas, el complejo se extendía en un parque de 11 hectáreas que incluía bibliotecas, gimnasios y salas de entretenimiento.
El edificio central era más grande que la Basílica de San Pedro. No solo era un spa, sino centro de reunión social de la época. El pavimento era de mármol, los jardines que lo circundaban servían para hacer ejercicio y de allí se pasaba al complejo de baños turcos y saunas, todo caldeado con un sistema de tubos huecos de terracota por los que circulaba agua caliente debajo del suelo y las paredes.
Para calentar el agua había un enorme horno exterior y uno interior, donde esclavos avivaban las llamas. Las termas de Caracalla tuvieron repercusión mundial,pues a principios del siglo XX, su diseño se utilizó como inspiración para el diseño de la estación de trenes Pennsilvania, en Nueva York, obra del arquitecto Charles Follen McKim.
Las ruinas de las termas son una de las grandes atracciones turísticas de Roma y, aunque despojadas de las esculturas y demás riquezas, se conservan aún grandes fragmentos de mosaicos.
Las termas acogen cada verano múltiples eventos culturales y sus ruinas sirven de fondo para la presentación de óperas del Teatro dell`opera di Roma. Es fascinante asistir a la representación de óperas como la Aida de Verdi, en ese fastuoso escenario que por su magnificencia no tiene rival en el mundo para la presentación de la famosa obra de Giuseppe Verdi.
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